Page 11 - Tinterillo_Neat
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I.
MI DULCE INQUISICIÓN
Fétido. Fétido era mi vientre que enclaustrado en ésta piel terrena, carcomía mis
entrañas.
Me sentía enterrado en vida a la vez que yacía muerto sobre mis rodillas.
El arte gótico construía mis pensamientos al tanto tallaba sobre mi duro corazón, los
dolores que sabía que jamás se irían, una vez se leyeran en la cátedra de mi espíritu.
Pero no me interesaba sufrir por siempre, si descubría la razón en mis heridas de
caído. Realmente el dolor me vestía de una forma en la que descubría agradable mi
reflejo, pues tales gemidos llorosos me hacían ver elegante, bello y punzante…
La carne que une mis pies a la tierra, es como el convento en el que me santifico para
romper mi espalda y recuperar las alas con las que volveré a mi hogar. Allá con Dios.
Escuchando la perfecta sinfonía con la razón de mi creación por labios divinos. Pero
hasta no iniciar el beso entre la dolencia de mi cuerpo y el sufrimiento de mi alma, no
podré relatar el pasado que me ha traído aquí, y no se podrá llorar en tinta la pequeña
historia que leerá mi muerte.
Sin embargo, mi ciego corazón de piedra, cuyo color advierte del manganeso y titanio,
me ha enterado por vagas visiones en mi panza llena de mariposas, aquel del cual, yo,
podría tratarme si me atrevo a contener magia que no me pertenece, o si por lo cual,
me desvío de mis deberes y camino como Tinterillo del Cielo…
E ncendí la vela tangerina con un cerillo de madera. Mi calavera aun empapada en piel
viva, era iluminada en plena penumbra, por una tierna llama bebé que danzaba al
ritmo de un piano proveniente de ultratumba, perfecto para el bailarín de ballet más
marchito y sin sonrisa necesaria.
Y Con la tenue luz recién nacida, mi cadavérica tez, se esclarecía:
Relucían realmente las ojeras grises que me debían maquillar.
Brillaban mis mejillas rosas, cuyo rosado lucía tan oscurecido que ya parecía el gris
más dulce.
Alumbraba mi cabello, que resaltaba el tono melancólico que poseía.
Chispeaban mis labios, que con el fuego cobraban vida, viéndose tan húmedos como si
recién besase agua.
Y entretanto, aun no era el cuerpo de sol que debía ser, más bien lucía como el difunto
en un velorio: siempre acompañado de una o más velas. Por eso había decidido
entonces, proseguir con lo que debía hacer.
Me encontraba sin expresión alguna, ni siquiera en la mirada en coma que poseía se
hallaba el más mínimo titilar. Yo no sentía nada…
Pero ahí estaban esas voces otra vez. Eran susurros al corazón. Voces que no se
percibían mediante los oídos; se trataban de mis latidos incesantes los que se
escuchaban, pero esta vez parecían en tono más fuerte como si mi alma estuviese viva,
y, por lo tanto, ardían más dolientes. A sinceridad, les apodaba “latidos” a mis heridas
de Ángel para poder guardarles a ellas un término humano, comprensible a este
mundo, pero profundamente me espina por dentro aquello que allí mismo me cierra;
la idea de que ningún ente mundano pudiera entender la carga con la que llevo a cada
-por Dios