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mi pasado y hallar el inicio de mi corazón roto.
                  Pero en ese instante sentí en mi interior el canto de un cristal rompiéndose. Entendí
                  que mi vientre se había resquebrajado aún más y que era la pena que más merecía.
                  Doblé mi cuerpo del padecimiento, y me posé como un feto. Rompí a llorar, y aunque
                  sabía que no debía hacerlo, no soportaba más mi dura fragilidad.
                  Incluso me dolía el cabello.
                  Ambas manos presionaban mi panza y tres lágrimas se derramaron; cada una en uno
                  de los dedos carbonizados de mi zarpa derecha. Parecían arañitas caminando por mis
                  brazos. Y, como mi ombliguito me estaba molestando, no me percaté de nada más que
                  en el centro de mi espíritu roto, ignorando toda sensibilidad, incluso dando la espalda
                  desplumada a mi dolor de cabello.
                  En ese momento pude rendirme. Dejé escapar dos largos gemidos, uno tras otro, en
                  forma de tan fuertes suspiros, que reconozco que nunca me había quejado tanto...
                  Pero, si la felicidad de la Madre perpetua a la que llaman Padre, consta de ser el
                  doloroso con corazón roto, estoy dispuesto a escribir mis últimas palabras, sobre la
                  hojita de papel en la que había esparcido mi llanto en tinta, para probar que, en este
                  mundo vale la pena sufrir por amor y creer en su presencia.
                  Yo sólo quería un corazón sano, sin estrías y embarazado de amor, puro amor, para
                  poder algún día recuperar mis memorias celestiales…empero, había sido inmerso en
                  tal dolencia, que no me daba cuenta de que mis latidos ya eran cesantes. Se oían
                  tranquilos y serenos como nunca. Solo enamorándose del don de morir, y dejándose
                  llevar por sus efímeros encantos que duraban tanto como un sueño; ya esperaban la
                  pronta venida de la otra vida.
                  Y así, pronto cayó como un beso el séptimo suspiro:
                  mi torpeza había impedido que percibiera el dolor de pelo que se amontonaba en mi
                  cabeza.
                  Había corrido la suerte de retorcerme en la posición fetal que, al acariciar la vela
                  encendida con un grupo de cabellos alborotados, dándose roces y gestos, habían
                  logrado fusionarse y convertirme en un diminuto solecito que recién se concebía.
                  Más aun en la cortina entrecerrada de mis párpados, ahora puedo ver el gran
                  sacrilegio que no tardé en cometer absurdamente.
                  Fui un iluso y me confundí; no me refería a esto al desear volver a ser un cuerpo de
                  sol…ya todo se convertía en cenizas.
                  El vitral imperfecto del templo al que nombraba cuerpo, fragmentado en pedazos, me
                  destruía más el intestino. Mi piel ya desgarrada por la llama aumentada, no soportaba
                  más, y mis vestiduras no ayudaban. Por un momento me sentí la madre del fuego,
                  impotente de ver crecer a su hijo, contemplándose a sí misma envejeciendo, para
                  morir prontamente en la adultez de su retoño.
                  Mi carne amamantaba al fuego hambriento, dando de poco a poco sus vestiduras hasta
                  desparecer devoradas por las hambrientas llamas que terminaban y no saciaban.
                  Calcinante. Calcinante, calcinante. Fue lo único que pude pronunciar para describir el
                  sufrimiento, mientras a mi cerebro, esas palabras parecían distintas una de la otra.
                  Sucedía que, por la entrada a mi inquisición, hablé de tono quejumbroso a tono
                  derrotado y cansado, y por eso, para mí, eran diferentes.
                  Este brujo, recibió su castigo.
                  Ahora era una flama bajo el mar, pues, aunque quisiera ignorarlo, aun me sentía bajo
                  el agua.
                  Soy entonces una roca envuelta en fuego inmortal, bajo el profundo mar que ante mis

                                                          -por Dios
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