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La otra orilla


                                                     y arrullándome en su
                                                     oquedad
                                                     ahora que habito una
                                                     casa
                                                     llena de cortinas
                                                     amarillas
                                                     desde donde me nace
                                                     reluciente orfandad
                                                     cuando ella me canta
                                                     una canción de cuna
                                                     de muerte temprana
                                                     y yace colmada de gracia
                                                     la insepulta mía
                                                     cual santa
                                                     «no bailo tango»
                                                     me susurra al oído
                                                     y me quedo solo en ella


                                                     y ella sola en sí


























                                                                                                                  97
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