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La otra orilla
y arrullándome en su
oquedad
ahora que habito una
casa
llena de cortinas
amarillas
desde donde me nace
reluciente orfandad
cuando ella me canta
una canción de cuna
de muerte temprana
y yace colmada de gracia
la insepulta mía
cual santa
«no bailo tango»
me susurra al oído
y me quedo solo en ella
y ella sola en sí
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