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especializado y a los pocos días me manda un mensaje: «Ayúdame, quiero
                cambiar y sanar mi apego». Hemos ido desmontando patrones aprendidos que

                le hacen sufrir, ella ha ido quitando capas y practicando con el corazón. Ha
                aprendido a expresar cariño —físico y verbal—. Su relación con Gustavo ha
                mejorado  muchísimo  y  —¡ambos  lo  saben!—  he  apostado  por  ellos  como
                pareja para el futuro. Al estar los dos en terapia individual, la evolución ha
                sido muy favorable.



                                                    E L CASO DE H ÉCTOR

                  Héctor es alto, serio y distante. Se dedica al mundo docente y noto que en consulta le cuesta relajarse
                  y no se encuentra cómodo.
                    —Mi mujer me quiere dejar, dice que soy un témpano de hielo —me responde al preguntarle qué le
                  ocurre.
                    Héctor es hijo de padres separados; su madre les abandonó cuando era pequeño y se marchó con
                  otro hombre con el que fundó una nueva familia. Vivió durante un par de años con su padre, pero este
                  cayó en una profunda depresión y decidió marcharse a casa de los abuelos, quienes podrían atenderle
                  y cuidarle. Me habla de su madre desde la rabia y el rechazo:
                    —Me abandonó, se marchó y solo me llama por mi cumpleaños. Creo que la odio.
                    Los abuelos eran personas muy frías, muy conservadoras y poco expresivas.
                    —Nadie me enseñó a hablar de emociones, nunca me sentí especialmente querido por las personas
                  cercanas a mí.
                    Se refugió en los estudios, era un alumno brillante y sacaba notas excelentes.
                    —He estudiado tres carreras y realizado dos tesis doctorales. Doy clases en varios grados y soy
                  profesor de una escuela en Inglaterra a la que acudo dos veces al mes.
                    Héctor  únicamente  se  relaja  hablando  de  temas  intelectuales  o  profesionales.  En  cuanto  giro  la
                  conversación hacia la relación con su mujer me dice:
                    —Nos  conocimos  en  la  universidad  en  Reino  Unido.  Ella  era  profesora  de  otro  departamento,
                  tuvimos que realizar una investigación conjunta y al poco comenzamos a salir. Es una mujer inteligente,
                  pero en mi opinión demasiado sentimental.
                    Cuando me cito con ella, me encuentro con una chica extrovertida, pasional y muy lista.
                    —Me enamoré de la cabeza de Héctor, no he conocido a nadie que razone igual. Nos casamos a
                  los pocos meses de conocernos, pero hoy, y más durante la pandemia, la convivencia se ha hecho
                  insoportable.  Es  cero  cariñoso  y  empático.  Resulta  imposible  hablar  de  emociones  con  él,  es
                  profundamente hermético. Me he hartado, no puedo más.

                   El caso de Héctor es complicado. Hay heridas en la infancia severas —el

                abandono de su madre, la depresión de su padre y la frialdad de los abuelos
                —. Nunca tuvo un apego sano y seguro de pequeño y jamás sintió que sus
                emociones importaran a otros. Lleva varios meses en terapia, está siendo una
                labor lenta, ya que hay mucho que desbloquear y sanar, pero va entendiendo y
                aceptando  el  plano  afectivo  de  la  vida  y  su  mujer  nota  poco  a  poco  los

                progresos que van sucediendo dentro de él.
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