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Una  joven  al  llegar  a  su  adolescencia  se  siente  vulnerable.  Su  cuerpo
                cambia, y, según cómo lo haga, los hombres la mirarán más o menos, será más

                o menos atractiva para el entorno y las otras mujeres se compararán con ella.
                Puede convertirse en un momento complicado. El deseo de gustar y de cómo
                los demás nos miran se convierte en algo primordial en esa etapa de la vida.
                Ahí nacen  gran parte  de las  inseguridades  que  nos pueden  acompañar  a lo
                largo de la vida como mujeres.

                   Uno de los libros que más me ha inspirado en este tema en los últimos años
                es Erótica y materna, de la psiquiatra italiana Mariolina Ceriotti —tuve la
                suerte de conocerla en un viaje a Madrid, cenamos juntas y aproveché para
                mantener  con  ella  una  conversación  muy  interesante  y  profunda  sobre  el

                mundo femenino—. Ella trata un concepto llamativo, explica que la mujer, en
                el  mundo  sexual-afectivo,  tiene  dos  componentes  fundamentales  que  no
                siempre  van  unidos.  Por  un  lado,  la  parte  erótica  y  sexual;  por  otro,  la
                maternal.  La  primera  incluye  el  físico,  el  deseo,  la  capacidad  de  ser
                autónoma, de imponerse y de saber disfrutar de su cuerpo. La segunda está

                relacionada  con  ser  cuidadora  y  con  tener  una  empatía  y  una  sensibilidad
                mayores que el varón, aunque no necesariamente llegue a ser madre.
                   Todos sabemos que la mujer —casi siempre— es la que se encarga de unir,
                de  reunir,  de  acoger  y  de  pulir  las  relaciones  humanas.  Los  hombres,  en

                general,  cuidan  menos  sus  relaciones.  Las  dos  facetas  son  necesarias  y,
                cuando  confluyen  felizmente,  nos  encontramos  ante  una  mujer  flamante  y
                completa, pero a veces parecen estar peleadas o contrapuestas.
                   Conseguir  fusionar  lo  erótico  y  lo  materno  requiere  haber  tenido  una
                infancia y una adolescencia sanas en lo afectivo. Esa armonía tiene un fondo

                contradictorio,  razón  por  la  que  es  frecuente  que  una  mujer  haya  pasado
                periodos  de  su  vida  muy  enfocada  en  la  faceta  erótica  y  otros  momentos
                donde predomine una concepción más maternal.
                   Durante  muchos  años  el  componente  placentero  de  la  sexualidad  estuvo

                mal visto. La mujer tenía un deber para con el marido. Era la dadora de vida
                y el orgasmo, si llegaba ella, era más un accidente o una sorpresa que algo
                consciente y buscado. Hoy, en esta sociedad tan influida por la pornografía y
                lo  erótico,  la  parte  sexual  se  ha  desarrollado  quizá  en  exceso,  negando  y
                ofuscando en muchas ocasiones la parte maternal. Me gusta orientar y ayudar

                a las mujeres a entender cómo se desarrollan estas dos facetas en su vida.
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