Page 82 - Encuentra tu persona vitamina
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Los ladrillos —cerebro— y el cemento —el corazón— que configuran en
                gran parte cómo seremos capaces de querer en el futuro y cómo aprenderemos

                a gestionar las emociones se ponen en la edad más tierna.
                   Imaginemos  a  alguien  que  sufrió  una  infancia  donde  había  un  padre
                alcohólico, unos padres que se hablaban y trataban mal, una niñez en la que se
                convivió  con  agresividad  o  gritos,  donde  uno  experimentó  penurias
                económicas  o  una  mala  gestión  del  dinero  o  presenció  mentiras  y  engaños

                habituales. Todo ello dejó su poso y ha tenido influencia en quién se ha ido
                convirtiendo de mayor.
                   En  la  imagen  de  la  página  115  puedes  ver  esos  cimientos  que  se  van
                formando. Si hemos vivido en una familia donde no ha habido muestras de

                afecto y lo que reinaba eran la indiferencia y la frialdad, normalizaremos esa
                actitud  y  probablemente  seamos  personas  a  las  que  nos  cueste  expresar
                nuestro mundo afectivo.





                         VALIDAR DE ADULTOS LO QUE VIMOS EN LA NIÑEZ


                   Lo interesante es que, a medida que nos hacemos mayores, sufrimos una
                evolución con respecto a lo que hemos vivido. Quizá fuimos capaces de sanar

                esa herida y no nos genera impacto en nuestro día a día, quizá se ha quedado
                enquistada y ha dejado una profunda huella en nuestra forma de ser, o quizá
                está ahí adormilada e inconsciente y no la hemos sabido gestionar y canalizar
                hasta que, en un momento determinado, estalla.
                   ¿Nos determinan siempre los cimientos emocionales? Afortunadamente no.

                No siempre sucede de esta manera. Pueden darse tres opciones:


                      — Haberlo sufrido y no haberlo curado o superado.
                      — Haberlo sufrido y haberlo superado y madurado de forma correcta.
                      —  Haberlo  sufrido  pero  no  ser  consciente  de  llevar  esa  herida  en  el
                         corazón  y  por  tanto  ser  esclavo  de  circunstancias  o  relaciones

                         dolorosas que siguen teniendo su impacto en la edad adulta.
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