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to pierde tensión y atractivo, tanto que puede llegar
a expulsar al lector del mundo en el que intenta su-
mergirlo. En la parte media toda esas líneas estarán
en juego y bailarán y se enroscarán por aquí y por allá,
formando una urdimbre particular. Es hora de revisar
si todos los personajes presentados, las escenas pro-
puestas, las ideas narrativas que rigen el avance de mi
historia, son coherentes con lo ya escrito, si hay fluidez
en ese avance, si no hay un personaje que, por ejem-
plo, me muestre que se está erigiendo en protagonista,
cuando fue presentado como un actor de segunda, o si
por el contrario, un hecho pensado inicialmente como
desencadenante de algo, queda tapado por una can-
tidad de circunstancias no previstas a las que me fue
llevando el narrar. Hay que parar y rectificar, acentuar
y tachar, volver atrás, destacar y suprimir.
La revisión, la comprobación de que estoy yendo a
un lugar determinado, es parte de la tarea para poder
continuar. Después habrá que ir tomando nuevamen-
te todas esas líneas narrativas, esos personajes, con fir-
meza, para llevarlos al desenlace. Por lo dicho salta a
la vista que hay momentos estructurales en toda obra
y que conviene tenerlos muy en cuenta. Si estamos ya
trabajando en el nudo de la historia y hemos contado
los conflictos que involucraron a tres personajes, si ya
estamos comenzando a jugar el desenlace, no es acon-
sejable la aparición de un cuarto, salvo que se haya
preparado desde el inicio de la obra la expectativa de
su presencia. Del mismo modo si le doy espacio a un
personaje en la primera parte, si lo acerco al lector, si
le doy participación en el mundo, no lo puedo olvidar
como se olvida un diario ya leído en el asiento del tren.
Debo, al menos, cerrar esa vida con una “muerte dig-
na”, y esto no quiere decir que deba matarlo inventan-
do una cardiopatía o un crimen pasional, sino indicar
de un modo preciso como se aparta ese personaje de
la historia que nos ocupa.