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dos se contagiaban.




                     Al morir mamá, como bien sabe usted, no nos quitaron la finca,
               gracias a Dios. Mamá siempre dijo que mientras estuviéramos ahí, jamás


               nos faltaría nada. Pero nos quedamos solas. Los trabajadores que perma-
               necieron después de que muriera mi padre se fueron apenados días antes


               de que mamá muriera. Tenían miedo. No tuvimos más que resignarnos,
               cumpliendo uno a uno los actos para andar por la vida. La propiedad es


               muy grande, con buena tierra y espacio para andar a caballo. Antes nos
               ofrecían mucho dinero, pero nunca quisimos venderla. Ni la bruja de la tía


               Imelda, que siempre la había deseado, se acercó tras la muerte de mamá.
                     Cuando platicamos con gente del pueblo, procuramos mencionar


               algún fenómeno sobrenatural en la finca. Planeamos qué decir para que
               nuestras historias concuerden. Ha funcionado. Nadie quiere vivir en un


               lugar donde pasan cosas raras. Creen que está maldito.
                     Todo fue idea de mamá. No la culpe, por favor. Sabemos que mentir


               es un pecado, pero temía que alguien se aprovechara y nos dejara en la
               calle. Nos instruyó sobre lo que teníamos que decir acerca de su muerte y


               cómo debíamos actuar con los demás.
                     Lo que sucedió en realidad fue que mamá agarró un resfriado tras


               una tormenta. Nunca se recuperó y jamás fue con el doctor Hilario ni
               tomó medicamentos. Decía que no había cura y no quiso que nadie sospe-




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