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Después de su visita, mamá pasaba las horas mirándose en la cornu-

               copia, inexpresiva, tarareando una canción de cuna. Cuando le preguntá-

               bamos cómo estaba, nos decía que todo era una actuación para asegurar-

               nos un techo. Pero sospechábamos algo.

                     ¿Se acuerda cuando los golpeó a usted y al doctor Hilario? Ver a

               don Hilario hizo que mamá actuara de esa forma. Escupió, se orinó, todo

               para evitar que el doctor se acercara para diagnosticarla. En esa época la

               finca se infestó de ratas, como si algo las llamara. La enfermedad consu-

               mió a mamá demasiado rápido, y no hubo tiempo para que alguien descu-

               briera nuestro teatro.

                     Un día antes de morir, después de darme un beso en la frente y en-

               cerrarse en su habitación, consiguió la fuerza para hacerse aún más daño:

               profundos rasguños, moretones y hasta un brazo roto. Incluso se cortó el

               lagrimal de los ojos. Quería lágrimas de sangre. Me lo contó Paula. Le pi-

               dió a ella que la ayudara tirando muebles, rompiendo vidrio, masticando

               verduras y escupiéndolas por toda la casa y sobre el camisón ensangren-

               tado de mamá. Le pidió que la amarrara en la cama y que no permitiera

               que yo la viera, ni después de que usted, don Hilario y la policía hubieran

               entrado. Ni siquiera la vi en el funeral. Las caras pálidas y perturbadas de

               ustedes al salir del cuarto me dejaron claro que sus esfuerzos sirvieron de

               algo.

                     Todo el pueblo fue al funeral. Sabe usted bien que no fue por due-



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