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los pulmones y de los bronquios, y le pongo almohadillas para sumergir-
la. ¿Qué ángel caído romperá su lanza / para batirse en duelo por un
alma / envuelta en un calor de utilería? / ¿Qué dios sombrío acunará en
su huerto / una inasible flor de invernadero? He ordenado que se cierre
todo meticulosamente: un soplo de aire puede acelerar la desecación de
las partes periféricas más delicadas como los dedos de las manos, los la-
bios, los párpados, las orejas y la punta de la nariz. Puede parecer un de-
talle menor, pero la obra de arte debe ser perfecta, impar, inimitable. No
se abrirá, de aquí en más, ni un resquicio de ventana, aunque los aviones
sobrevuelen el edificio y la consumación del golpe sea inminente; las
obras de arte son ajenas a los cuartelazos y a las sediciones. Me cosen, me
descosen, me suturan / me niegan el reposo, me desnudan / en una obsce-
nidad sin atributos. Sospecho que en algún momento estas manos se van
a desprender del rosario pontificio que las ocupa y se acercarán, lenta pero
ineluctablemente, a mi rostro para demorarse en una caricia tenue, cálida,
reparadora. ¿En qué espejo podré reconocerme / si soy aquello que jamás
he sido: / una caricatura de la muerte?
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