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planos generales. La he contemplado desde todos los ángulos posibles, a
ojo desnudo y con lente de aumento, a la cruda luz del día y bajo la poten-
te lámpara del laboratorio, con ayuda de radiografías y ampliando detalles
que parecen irrelevantes pero resultan fundamentales. He descubierto que
su permanente sonrisa de labios entreabiertos se debía a un fuerte progna-
tismo de su maxilar superior. He apreciado las previsibles metástasis can-
cerosas y hasta una de carácter óseo que no fue consignada en su historia
clínica. Conozco a la perfección los contornos y las sombras de sus órga-
nos internos. A solas y en horas de desvelo, suelo detenerme en la compa-
ración entre mi obra y el rostro y el cuerpo que han quedado inmortaliza-
dos en las fotografías; no peco de soberbia si afirmo, por decirlo de alguna
manera, que el fruto de mi vientre es más real que la figura que alentara
en vida. Sumerjo el cuerpo en una mezcla de ciento cincuenta litros de
acetato y nitrato, le vendo uno por uno los dedos de las manos e impregno
el vendaje en tricloroetileno. ¿Qué miran estos ojos que no ven / este oído
impecable que no escucha / esta garganta inútil para el grito? No debo
permitir que una partícula cristalizada, por microscópica que resulte, obs-
truya los capilares o las arterias pequeñas. A tal fin, probé con éxito una
nueva mezcla compuesta sólo con alcohol de 96°, formol al diez por cien-
to y timol al uno por mil, que por ser soluble a esta concentración en el
agua no producirá precipitados ni inconvenientes; también he limado las
cánulas de los trócares para que queden bien ajustadas, de tal forma puedo
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