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Cuanto más lo conozco, menos lo entiendo. Es un país inexplicable,
que sobrevive al borde del abismo o celebra su enésima resurrección. Un
país que desconoce los matices y que pasa del eufemismo más grotesco a
la chocarrería más brutal. En las páginas de los diarios de mayor circula-
ción, las mujeres guardan cama (en alusión al embarazo y al inminente
parto), los enfermos son reconfortados con los auxilios de la santa reli-
gión (vale decir: están agonizando) y la policía persuade a una columna
de manifestantes (lo que en buen romance significa que los han molido a
palos); una urdimbre de metáforas que no obsta para que dos desconoci-
dos, en plena calle y ante el menor altercado, se insulten recíprocamente
como tenderos de la peor estofa. El circunloquio y la afrenta conviven
como dos amantes que se detestan en la misma medida que se necesitan.
La prosa administrativa es el desiderátum de la retórica, su irrisión y su
acendrado fruto; como muestra, basta un botón de mi chaqueta personal:
a estar por el texto de la Comisión Ley 14.124, mi labor no consiste ni en
la restauración ni en el regeneramiento, sino en “realizar los trabajos ne-
cesarios para la conservación corpórea permanente”. ¡Conservación cor-
pórea permanente! ¿Nadie aquí puede llamar a las cosas por su nombre?
¿Nadie aquí puede advertir que de lo que se trata es de la consumación de
una obra de arte, de mi obra de arte? Me hurgan y me tocan / me exhiben
y me ocultan / aun después de muerta me incomodan / me usan y me enar-
bolan / como si fuera el estandarte roto / de un desolado ejército de som-
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