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bras. Las importaciones crecen y decrecen a un ritmo que no necesaria-
mente se compadece con el de los mercados internacionales, se privatiza
o se estatiza obedeciendo a necesidades perentorias que se imponen a
cualquier plan o ideología, se proclama una tercera posición cuyos límites
son tan lábiles como indefinidos, parece estimularse el afán productivo y
un día de cada cuatro se declara asueto porque es San Perón. Con todo,
hay una industria pujante que desafía cualquier avatar o contingencia: la
industria del rumor, la fábrica del trascendido, la factoría de la maledicen-
cia. Ahora que no respiro me dispensan / un aire puro de laboratorio /
volutas de éter que me neutralizan / la indetenible corrupción del cuerpo.
En los mentideros de esta ciudad que en mala hora fundamos los españo-
les (dos veces para mayor abundamiento, como si una sola no bastara) ha
comenzado a correr la calumniosa especie de que cobré doscientos mil
dólares por mi trabajo, y de ahí, en progresión diamantina y matemática,
se pasará a trescientos mil, y de ahí a medio millón, y de ahí a cualquier
otra cifra tan insensata como desorbitada, tan arbitraria como fantasiosa.
No me voy a sumergir en la charca de los reptiles para responder a la
mentira burda o a la falacia infame, pero dejo sentado (y hay constancia
escrita y oficial refrendada por profesionales y funcionarios del más alto
rango de la República) que mis honorarios ascendieron a cien mil dólares
que fueron pagados en tres etapas: veinticinco mil a los pocos meses de
iniciar mi labor, igual cifra en una segunda entrega, y el resto de manos de
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