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reinyectar los reactivos sin verme obligado a disponer una y otra vez esta
parte del instrumental. Ni siquiera es infame, sino meramente grosero, el
cargo que me imputan algunos personajes conspicuos de la politiquería
local: no soy un antiperonista cerril ni un peronista apasionado. El general
y sus adláteres se afanan por sostenerse en el poder, los opositores se des-
viven por recuperar el favor de las mayorías, yo trabajo para la eternidad;
la diferencia es abismal, inconmensurable. Me envuelven en guirnaldas
funerarias / me ensordecen con misas de difuntos / luzco un collar de
agusanadas perlas / y un modelo exclusivo de sudario. Desde hace algu-
nos meses recibo correspondencia de todas partes, y ni siquiera faltan las
conceptuosas misivas que ostentan el membrete de la Anatomische Ge-
sellschaft; con más o menos rodeos, énfasis diversos y urgencias desem-
bozadas, los corresponsales aspiran, sin excepción, a satisfacer una in-
quietud que los obsede: cuál es el secreto: las proporciones exactas, la
preparación de los reactivos, los tiempos de inmersión. Saludo, agradezco
y respondo a todos y cada uno con aproximaciones y vaguedades. No me
interesa que se constituya a mi zaga una corte discipular. Ruego a cuanto
funcionario se me acerca que consiga la mayor cantidad posible de bote-
llas de alcohol absoluto, están faltando en plaza y yo las necesito para la
perfecta conservación de la obra. Leo en la columna de un matutino que
algunos integrantes de la Iglesia católica —la pugna entre Iglesia y go-
bierno ya parece un remedo de guerra santa— me sindican poco menos
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