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un acertijo.
Hace buen tiempo. Hoy dejaré que las telas, anudadas, se sequen
bajo la sombra del sauce. Liu Tsuni corre a ayudarme. Mientras me acom-
paña a vaciar la batea en el río, no cesa de hablar. Se pregunta cómo será
el hermano del shogun, Dashima, y piensa que cualquiera de las hijas del
señor Tatsuo deberá ser dichosa de ser elegida. Le contesto que eso no
puede saberlo. Me mira con una pregunta en los ojos. Le digo que no es
un tema para que converse una niña de su edad. Que vaya a buscar sus
pinceles.
Por todo el campo, esta mañana, multitud de amapolas han flore-
cido. Desde un recodo del camino, veo el extremo verde del tejado de la
pagoda elevarse hacia el cielo, como una rama de pino.
Dejo mis sandalias, húmedas de rocío, en el umbral del templo,
antes de entrar. Vierto el agua del último recipiente de la clepsidra, que se
ha llenado, otra vez en el primero. Liu Tsuni me ayuda. Le advierto que
tenga cuidado de no derramar ni una gota. Cuando el primer recipiente se
haya vaciado, habrá terminado la clase.
Afuera, los hijos de los campesinos y sirvientes de la región, que
acuden a aprender el hiragana, se persiguen en círculos, riendo. Hago
sonar la campana. La vibración, que persiste en el aire, se aleja, llevando
mi espíritu.
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