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ron la máquina de capturar imágenes, Kusakabe se fue tras ellos. Era una

               especie de caja de madera con un ojo de vidrio en un extremo, pero en

               su centro, un cuerpo flexible se plegaba y desplegaba como un abanico.

               Se apoyaba sobre tres patas, también de madera, finas como las de un

               cervatillo.

                     Sus padres lo buscaron hasta que un peregrino dijo que lo había

               visto acampando con los extranjeros en el mirador de Shiroyama, donde

               se encontraban fotografiando el paisaje. Enviaba un recado: que no se

               afligieran, que le pagarían por ser su ayudante y aprendiz. Que volvería a

               visitarlos y haría llegar noticias. Desde entonces, dos o tres veces al año,

               vuelve Kusakabe.




                                          Ciervo que huye


                                           Punto de fuga
                                        que da la perspectiva


                                            es tu mirada.




                     Al atardecer, mi madre y yo desanudamos los kimonos del señor

               Tatsuo y de su señora, bella como el sol. Revelamos el misterio escondido

               en la seda: una trama de blancos círculos concéntricos, impasibles sobre

               un firmamento oscuro. Mi madre dijo, satisfecha, que el señor Tatsuo es-

               taría complacido, que el propio shogun los envidiaría.


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