Page 10 - LA ODISEA DE LEAH
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La Odisea de Leah
Gloria mueve los labios imitando cada palabra de la niña del vesti-
do floreado con sorna. De entre todas las caras del patio de recreo
destacan tres: la de Francoise, el profesor de ciencias naturales, que
rutila con un tono rojo amapola de satisfacción. Realmente no ha-
ría falta declarar un ganador después de ver esta cara. La de Leah,
que ha perdido el color como si un vampiro le hubiera extraído
cada gota de sangre. Y la de Gloria, que alterna entre el amarillo
pergamino rabioso y el púrpura cardenalicio:
por un momento parece dudar si cargar contra el profesor, la niña
del vestido floreado o Leah. Opta por lo último engolando la voz,
como si Leah hablase como una cacatúa de esas que esponjan la
cresta.
—La distancia más corta entre dos puntos es la línea del fracaso,
chicos, la línea del fracaso…
Los profesores explican que la solución de Gloria —niega con la
cabeza, como dando a entender que de ser por ella hubiera dado
la respuesta correcta— es correcta según las matemáticas clásicas,
las de Pitágoras. Pero que las matemáticas de campos alabeados o
curvos de un señor que se llamó Riemann (todos los matemáticos
tienen unos nombres extraños, como Mlodinow, Anaxágoras o
Luis Alberto) proponen que el espacio se pliegue sobre sí mismo y
haga cosas muy raras, como si existieran más dimensiones además
de la nuestra.
—Entre dos opciones, la más creativa suele ser la correcta —se
ufana el profesor Francoise.
¿No te he hablado aún del colegio de Leah? Es un colegio donde
se valora la opinión de los alumnos. Y eso se nota, porque cada
mes tiene un nombre distinto. Los alumnos votan el nombre de
su hombre o mujer preferidos para representar al colegio: un mes
es Horacio Quiroga, otro mes es Doris Lessing. La lista de nom-
bres de artistas y científicos es inagotable: Kandinsky, Miró, Dalí,
Feynman, Munro, Tesla… pero poco a poco se fue imponiendo
una osada mayoría que solo votaba por nombres de deportistas
o políticos (y, seamos sinceros, ninguno de ellos ha hecho nada
interesante por nosotros, a no ser que golpear una bola de cuero
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