Page 7 - LA ODISEA DE LEAH
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La Odisea de Leah
Leah se toma muy en serio lo que hace, tan en serio que cuando
una cosa no sale como ella espera, se siente triste. Es como si la
tristeza se metiera dentro de ella, se aglutinara, y le obligara a
mirar el suelo mientras unas lagrimillas discurren mejilla abajo
hasta formar charcos insignificantes. Pero claro, si la tristeza no se
marcha, los charcos crecen y anegan las juntas de los azulejos de
su habitación, después empapan los vestidos de sus muñecas como
si se hubiesen hecho pis encima —esto es especialmente engorroso
para Leah y para las avergonzadas muñecas— y al final del berrin-
che se puede nadar haciendo el muerto sobre su cama.
Cuando se siente así no tiene ganas de seguir aprendiendo: es
más, todo lo que ha aprendido le parece vacío y zonzo. Entonces
su madre le dice:
—Cualquiera diría que Cronos te está devorando enterita.
Y Leah, que es algo dramática, contesta:
—¡Ojalá fuera eso! ¡Así no tendría que equivocarme más!
Como solución a un problema no está del todo mal, pero es un
poco asqueroso ser devorado por un dios enloquecido y ham-
briento.
—Te preocupas sin motivo. En la próxima prueba de ingenio pue-
des reflexionar más, antes de contestar. O que conteste otro.
En realidad contestó otra, su compañera Gloria. Leah levanta el
dedo como si lo fuera a disparar de un momento a otro, pero hay
poco que se pueda responder a eso y lo acaba bajando. Las pruebas
de ingenio en el colegio son divertidas, pero algunas veces parece
que las haya ingeniado un demonio burlón. Esta prueba consistía
en retar a los estudiantes divididos en grupos a resolver un enigma
«letal». «Bueno, tanto como letal…», estarás pensando.
Quizá se me ha ido un poco la mano, es que es una palabra que
siempre me gusta escribir.
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