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                         LA DISOLUCIÓN DEL ARTE CORTESANO

















                E               L hecho de que la evolución del arte cortesano, casi ininte­

                                rrumpida  desde el  fin  del  Renacimiento,  se detenga en  el



                                siglo  XVIII  y  se  disuelva por  obra  del  subjetivismo  bur­


                gués  que  domina  incluso  nuestra concepción  artística  contempo­


                ránea  es  generalmente  conocido,  pero  es  menos  evidente  la  cir­


                cunstancia de que ciertos rasgos de la nueva orientación existen ya



                en  el  rococó y  de que  la ruptura con la  tradición cortesana acaece


                propiamente  en  ese  momento.  Pues  aunque  no  entremos  en  el


                mundo burgués sino en Greuze y Chardin, nos encontramos ya en



                sus cercanías con Boucher y Largilliére.  La tendencia hacia lo mo­


                numental, lo solemne-ceremonial y lo patético desaparece ya en el


                primer rococó y deja lugar a la tendencia por lo gracioso e íntimo.


                El  color y el matiz tienen desde el principio preferencia en el nue­



                vo arte  sobre  la gran línea fírme, objetiva, y  la voz de  la sensuali­


                dad  y  del  sentimiento  es  perceptible  ya  en  sus  manifestaciones.


                Pues  aunque  en  muchos  aspectos  el  dixhuitieme  aparece  todavía



                como  la continuación e  incluso  la consumación del  lujo  y  la pre­


                tensión barrocos, le son ajenas ya la independencia y la ausencia de


                concesiones con que el siglo XVII se mantuvo en el grandgoüt.  Sus


                creaciones  dejan  sentir  la  ausencia  del  gran  formato  heroico,  in­



                cluso cuando están destinadas a las clases sociales más altas. Pero,


                naturalmente, se trata siempre aún de un arte distanciado, distin­


                guido, esencialmente aristocrático,  de  un  arte para el  que  los cri­



                terios de la complacencia y lo convencional son tan decisivos como


                los  de  la  interioridad y  la espontaneidad;  de  un arte en  el que  se


                trabaja según un esquema  fijo,  de validez general,  infinitas veces


                repetido,  y  para el cual  nada es  tan característico como  la  técnica



                de  la  ejecución,  insólitamente  virtuosista,  aunque  en  gran  parte


                completamente externa.  Estos elementos decorativos y convenció-






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