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Marta y María                                            Al pie de la cruz
              Yendo de camino, entró Jesús en una aldea. Una mujer, llamada  Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su
              Marta, lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, la  madre, María de Cleofás y María la Magdalena. Jesús, viendo a
              cual, sentada a los pies del Señor, escuchaba sus palabras; mientras  su madre y al lado al discípulo predilecto, dice a su madre:
              Marta se afanaba en múltiples servicios. Hasta que se paró y dijo:  —Mujer, ahí tienes a tu hijo.
              —Maestro, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en la  Después dice al discípulo:
              tarea? Dile que me ayude.                                —Ahí tienes a tu madre.
              El Señor le replicó:                                     Desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa.
              —Marta, Marta, te preocupas y te inquietas por muchas cosas,                                      Jn 19, 25-27
              cuando una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y no
              se la quitarán.
                                                                                                      z Unidad 3, pág. 47, act. 8
                                                       Lc 10, 38-42
                                             z Unidad 3, pág. 47, act. 9  Curación del lisiado
                                                                       Pedro y Juan subían al Templo para la oración de media tarde. Un
              La primera comunidad cristiana                           hombre lisiado de nacimiento solía ser transportado diariamente y
                                                                       colocado a la puerta del Templo llamada la Hermosa, para que pi-
              Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se in-  diese limosna a los que entraban en el Templo. Al ver entrar en el
              corporaron unas tres mil personas. Eran asiduos de escuchar la  Templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, acompañado
              enseñanza de los apóstoles, de la solidaridad, la fracción del pan  de Juan, lo miró fijamente y le dijo:
              y las oraciones. Ante los prodigios y señales que hacían los após-  —Míranos.
              toles, un sentido de reverencia se apoderó de todos. Los creyentes  Él los observaba contando con reci-
              estaban todos unidos y poseían todo en común; vendían bienes y  bir algo de ellos. Pero Pedro le dijo:
              posesiones y las repartían según la necesidad de cada uno. A diario  —Plata y oro no tengo, pero lo que
              acudían fielmente y unánimes al Templo; en sus casas partían el  tengo te lo doy: en nombre de Jesu-
              pan, compartían la comida con alegría y sencillez sincera. Alababan  cristo, el Nazareno, echa a andar.
              a Dios y todo el mundo los estimaba. El Señor iba incorporando a  Lo agarró de la mano derecha y lo le-
              la comunidad a cuantos se iban salvando.                 vantó. Al instante pies y tobillos se le
                                                       Hch 2, 41-47    robustecieron, se irguió de un salto,
                                                                       echó a andar y entró con ellos en el
                                            z Unidad 3, pág. 49, act. 12  Templo,  paseando,  saltando  y  ala-
                                                                       bando a Dios. Toda la gente lo vio caminar y alabar a Dios; y, al re-
                                                                       conocer que era el que pedía limosna sentado a la puerta Hermosa
                                                                       del Templo, se llenaron de asombro y estupor ante lo acaecido.
              Visiones del Apocalipsis                                 Mientras seguía agarrado a Pedro y a Juan, toda la gente corrió
                                                                       asombrada hacia ellos, al pórtico de Salomón.
              Yo, Juan, su hermano y compañero en la pena y el reinado y la pa-  Pedro, al verlos, les dirigió la palabra:
              ciencia por Jesús, me encontraba en la isla de Patmos a causa de  —Israelitas, ¿por qué se asombran y se quedan mirándonos como
              la palabra de Dios y el testimonio de Jesús. Un domingo, se apo-  si hubiéramos hecho andar a este con nuestro propio poder o reli-
              deró de mí el Espíritu, escuché detrás de mí una voz potente, como  giosidad? El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nues-
              de trompeta, que decía: Lo que ves, escríbelo en un libro y envíalo  tros  padres,  ha  glorificado  a  su  siervo  Jesús,  al  que  ustedes
              a las siete iglesias: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Fila-  entregaron y rechazaron ante Pilato, que sentenciaba su liberación.
              delfia y Laodicea.
                                                                       Ustedes rechazaron al santo e inocente, pidieron que indulten a un
                                                         Ap 1, 9-11    homicida y dieron muerte al Príncipe de la vida. Dios lo ha resucitado
                                                                       de la muerte y nosotros somos testigos de ello.
              Después vi una multitud enorme, que nadie podía contar, de toda  Porque ha creído en su nombre, este que conocen y están viendo,
              nación, raza, pueblo y lengua: estaban delante del trono y del Cor-  ha recibido de ese nombre vigor, y la fe obtenida de él le ha dado
              dero, vestidos de estolas blancas y con palmas en la mano. Gri-  salud completa en presencia de todos ustedes.
              taban con voz potente: «La victoria a nuestro Dios, sentado en el
              trono, y al Cordero». Todos los ángeles se habían puesto en pie                                    Hch 3, 1-16
              alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro vivientes. Ca-                    z Unidad 3, pág. 49, act. 13
              yeron de bruces ante el trono y adoraron diciendo: «Amén. Ala-
              banza y gloria, saber y acción de gracias, honor y fuerza y poder a
              nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén».        Símbolos del Espíritu
              Uno de los ancianos se dirigió a mí y me preguntó: «Los que llevan
              estolas blancas ¿quiénes son y de dónde vienen?». Contesté: «Tú  Jesús se bautizó, salió del agua y al punto se abrió el cielo y vio al
              lo sabes, señor». Me dijo: «Estos son los que han salido de la gran  Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba
              tribulación, han lavado y blanqueado sus estolas en la sangre del  sobre Él.
              Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, le dan culto día y                                      Mt 3, 16
              noche en su templo, y el que se sienta en el trono habita entre ellos.
              No pasarán hambre ni sed, no les harán daño el sol ni el bochorno,
              porque el Cordero que está en el trono los apacentará y los guiará  Aparecieron lenguas como de fuego, repartidas y posadas sobre
              a fuentes de agua viva. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos».  cada uno de ellos.
                                                         Ap 7, 9-17                                                 Hch 2, 3

                                            z Unidad 3, pág. 51, act. 15                             z Unidad 4, pág. 65, act. 10



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