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“ LAS   ANDANZAS   DE  FILOMENO “


            No duró mucho aquella llovizna cuando volvió a aparecer un nuevo obstáculo que

            solventar en el sendero. Una roca grisácea y erosionada por el paso del tiempo hizo
            frenar  a  las  ranitas,  que  pararon  justo  delante  de  la  roca  mientras  Filomeno

            observaba con sigilo, un poco más retrasado.

            Los tres verdosos animalitos permanecieron unos segundos mirándose allí, delante

            del obstáculo, hasta que dieron un enorme salto, un increíble salto, que sorprendió
            al mismísimo Filomeno, que perdió su rastro.


            No quería llegar hasta allí para nada, así que nuestro amigo se decidió a salvar el
            obstáculo de la roca saltando como los anfibios. Fueron varios intentos, y no parecía

            tener el mismo éxito que las ranas.


            Se sentó en una piedra a descansar y tuvo una ocurrencia muy oportuna, amontonar
            piedras a modo de escalones para llegar a la cima de la roca, y en eso se entretuvo
            unos  minutos,  hasta  que  puso  seis  piedras  que  encontró  en  el  suelo  y  pudo

            continuar su aventura tras las simpáticas ranas.


            Al asomarse desde arriba de la piedra no dio crédito a lo que veía. Había llegado a
            un  paisaje  increíblemente  hermoso;  las  nubes  desaparecieron,  el  sol  brillaba,  el

            viento paró, los pajaritos inundaban las ramas de los árboles y llenaban de cantos el
            aire limpio. Allí había una  hermosa charca con cientos y cientos  de  ranas, era  un
            paraíso  de  ranas,  y  de  ciervos  y  aves;  un  bonito  lugar  que  enamoró  a  Filomeno,

            creando brillo en sus ojos, entusiasmado por la belleza de ese sitio nunca visto antes
            por él.


            ―¿Cuáles serán las tres ranitas? ―se preguntó en voz baja  pensativo.


            Todo parecía bonito, lleno de colores; la hojarasca coloreaba el suelo, los animalitos
            llenaban  de  vida  aquel  lugar,  y  las  ranas  enverdecían  la  charca,  sin  embargo,

            Filomeno observó algo extraño en el suelo, algo que llamó su atención. Se trataba
            de  huellas  humanas,  huellas  de  hombre,  de  hombre  grande,  corpulento;  eran

            pisadas alrededor de la charca que se dirigían hacia un pequeño camino de tierra
            detrás de los árboles.


            Sin dudarlo, Filomeno caminó siguiendo las huellas de humano, y justo detrás de los
            árboles las pisadas conducían a una cueva oscura. Lejos de sentir miedo y pararse en

            la entrada de la cueva, Filomeno valientemente decidió entrar y seguir el rastro.


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