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“ LAS   ANDANZAS   DE  FILOMENO “


            Llegó la noche y con ella la hora de dormir de Filomeno, que tardó un poco más que

            de costumbre en quedarse dormido, pensando en las pobres ranas amenazadas por
            el gigante pescador con su maléfica red.


            Al  día  siguiente,  se  despertó  con  una  idea  en  la  cabeza.  Sin  darse  cuenta  había
            soñado  un  plan  para  salvar  a  las  ranas,  un  plan  que  consistía  en  extender  por  la

            cueva  el  ungüento  mágico  que  dejaba  dormido  durante  doce  horas  a  cualquier
            humano que entrase en contacto con él. Era pócima que trajo el padre de Filomeno

            de una de sus aventuras por el océano Índico.

            Desayunó como siempre jarabe de canela, ordenó su habitación y buscó en el baúl

            de  la  biblioteca  el  ungüento  para  atrapar  al  gigante  malvado.  Entre  trastos,
            amuletos y objetos de cualquier  parte del planeta encontró la pócima mágica del

            sueño, llena de polvo, nunca usada antes, embalada con un cuero marrón.

            Salió de su casa y se dirigió hacia la Plaza de los Marineros y desde allí se adentró en

            el bosque por el sendero de la montaña, pero antes fue a buscar a su amigo Julián
            para pedirle que le acompañase en aquella arriesgada misión.


            Al llegar a la  maravillosa charca  de las ranas, Julián se  quedó sorprendido de tan

            bonito lugar, pero sin más tiempo para contemplaciones fueron a la cueva y, al ver
            que no había nadie, Filomeno untó el ungüento del sueño por el suelo de la entrada
            de la cueva, lugar en el que inevitablemente pisaría con sus grandes pies descalzos

            en malvado pescador; mientras Julián devolvió a la charca las decenas de ranas que
            de nuevo estaban atrapadas en la red.


            A  toda  prisa,  volvieron  a  salir  de  aquel  lugar,  pues  querían  evitar  que  el  hombre

            gigante les descubriera. Se acercaba la hora del almuerzo y de la siesta, así que sin
            demorarse soltaron la red en la cueva y regresaron al pueblo.


            Antes de anochecer, los dos amigos volvieron al lugar; era una bonita tarde y tenían
            la esperanza de que el ungüento  del sueño hiciera efecto al ser pisado. Al llegar a la

            cueva, Filomeno hizo un nudo con la cuerda que llevaba en el árbol de la entrada y
            accedió con sigilo, sin hacer ruido, quedándose Julián fuera vigilando.


            Allí,  en  el  suelo,  tumbado  e  inmerso  en  un  profundo  sueño,  estaba  el  gigante
            malvado.




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