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“ LAS ANDANZAS DE FILOMENO “
―¡Julián, ven, corre! ―exclamó.
―¿Qué ocurre, Filomeno? ―respondió el amigo.
―Debes ir al puerto, a toda velocidad, avisa a Bonifacio el Tuerto (el guarda del faro)
y dile que necesitamos ayuda para atrapar a un bandido en la montaña ―añadió el
otro.
―Vale, voy a toda prisa ―concluyó.
Julián fue al puerto a pedir ayuda, y nuestro valiente amigo amarró la cuerda a las
muñecas del malvado pescador, que ni se inmutó, preso de la pócima del sueño.
Se acercaban las ocho de la tarde, y ya habían pasado diez horas desde que untaron
el ungüento por la cueva, por lo tanto, solo quedaban dos para que el hombre
gigante despertara.
Pasó Filomeno la espera en la charca, acompañado de las ranitas y de los pájaros,
incluso de un ciervo que se asomó desde la arboleda a beber.
No tardaron en llegar a la cueva Julián y Bonifacio, que también traía cuerda en una
de sus manos, y así, los tres se dirigieron en busca del malvado pescador. Se
sentaron en la cueva, amarró Bonifacio la cuerda que trajo a los tobillos y manos y
esperaron a que despertase.
Ya era de noche cuando empezó a abrir los ojos y a ponerse nervioso.
―¡Qué hacéis aquí, fuera de mi cueva! ―exclamaba violentamente el gigante
pescador―. ¡Soltadme!, ¡desatadme! ¡Maldito tuerto, niños pegajosos, soltadme!
―volvió a gritar desesperadamente.
Filomeno y Julián comenzaron a reír al ver a aquel hombre tan grande allí atrapado
como un insecto:
―¡Ja, ja, ja, ja!
―¡He dicho que me desates, tuerto imbécil! ―insistió nuevamente.
―A ver, cállese de una vez y escuche atentamente ―dijo con voz seria Bonifacio―.
Usted merece un castigo, un duro castigo, por hacer daño a las inofensivas ranas. Si
no acepta el castigo no le desataré.
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