Page 234 - LADF LIBRO MANUAL
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“ LAS   ANDANZAS   DE  FILOMENO “


            ―¡Julián, ven, corre! ―exclamó.


            ―¿Qué ocurre, Filomeno? ―respondió el amigo.


            ―Debes ir al puerto, a toda velocidad, avisa a Bonifacio el Tuerto (el guarda del faro)
            y dile que necesitamos ayuda para atrapar a un bandido en la montaña ―añadió el

            otro.

            ―Vale, voy a toda prisa ―concluyó.


            Julián fue al puerto a pedir ayuda, y nuestro valiente amigo amarró la cuerda a las
            muñecas del malvado pescador, que ni se inmutó, preso de la pócima del sueño.


            Se acercaban las ocho de la tarde, y ya habían pasado diez horas desde que untaron

            el  ungüento  por  la  cueva,  por  lo  tanto,  solo  quedaban  dos  para  que  el  hombre
            gigante despertara.


            Pasó Filomeno la espera en la charca, acompañado de las ranitas y de los pájaros,
            incluso de un ciervo que se asomó desde la arboleda a beber.


            No tardaron en llegar a la cueva Julián y Bonifacio, que también traía cuerda en una
            de  sus  manos,  y  así,  los  tres  se  dirigieron  en  busca  del  malvado  pescador.  Se

            sentaron en la cueva, amarró Bonifacio la cuerda que trajo a los tobillos y manos y
            esperaron a que despertase.


            Ya era de noche cuando empezó a abrir los ojos y a ponerse nervioso.


            ―¡Qué  hacéis  aquí,  fuera  de  mi  cueva!  ―exclamaba  violentamente  el  gigante
            pescador―.  ¡Soltadme!,  ¡desatadme!  ¡Maldito  tuerto,  niños  pegajosos,  soltadme!

            ―volvió a gritar desesperadamente.

            Filomeno y Julián comenzaron a reír al ver a aquel hombre tan grande allí atrapado

            como un insecto:


            ―¡Ja, ja, ja, ja!

            ―¡He dicho que me desates, tuerto imbécil! ―insistió nuevamente.


            ―A ver, cállese de una vez y escuche atentamente ―dijo con voz seria Bonifacio―.
            Usted merece un castigo, un duro castigo, por hacer daño a las inofensivas ranas. Si

            no acepta el castigo no le desataré.


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