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“ LAS   ANDANZAS   DE  FILOMENO “


            Al avanzar unos pasos se oyeron unos croados.


            ―¡Croa, croa, croa…! ―sonaba incesantemente desde el interior.


            ―¿Hay alguien ahí? ―preguntó Filomeno en voz alta.

            Al no escuchar respuesta humana, nuestro amigo avanzó al interior, guiado por el

            sonido de las ranas, y al fondo de la cueva halló una red llena de ranitas asustadas,
            intentando salir, atrapadas y angustiadas. Aumentaron los croados en número y en

            volumen, a coro parecían pedir socorro a Filomeno, que no dudó en agarrar la red y
            devolver a todos esos indefensos animalitos a la charca.


            En apenas un segundo todas las ranas se sumergieron en la charca, desesperadas y
            asustadas salieron de la red. Filomeno, feliz, regresó a la cueva a poner la red en el

            lugar donde la había encontrado.

            Al llegar de nuevo a la oscura cueva escuchó unos pasos y un silbido humano que

            hizo  esconderse  a  Filomeno  detrás  de  un  árbol  cerca  de  la  entrada,  y  desde  allí
            observó  cómo  un  hombre  alto,  desgarbado,  corpulento,  con  pelo  largo  y  negro,

            andaba dando zancadas gigantescas y se dirigía al interior de la cueva, silbando una
            extraña melodía.


            ―¿Dónde  está  mi  red?  ¡Malditas  ranas!  ―gritaba  el  hombre  grande,  nervioso,
            mientras salía de nuevo de la cueva.


            Filomeno  estaba  asustado,  detrás  del  árbol,  temeroso  de  ser  descubierto  por  el

            malvado pescador de ranas, pero afortunadamente éste desapareció de allí por el
            sendero que lo dirigía a la bonita charca, lo que posibilitó a Filomeno soltar la red en

            la cueva y escapar de allí hacia el pueblo.

            Llegó  Filomeno  a  casa  poco  antes  de  las  tres  de  la  tarde,  algo  asustado,  con  la

            imagen del malvado pescador de ranas en su mente.


            Pasó Filomeno aquella tarde de sábado en la biblioteca, leyendo libros de ranas, de
            lagos y de leyendas de anfibios. Aprovechando que llovía fuertemente decidió pasar
            la jornada allí, donde él siempre era feliz.


            Descubrió  que  las  ranas  son  unos  seres  pacíficos,  entrañables  y  bonitos,  y  lo
            descubrió leyendo un libro que se titulaba La rana que salvó a Eric.




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