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AUTOR Libro
Esperaba que mi estómago aguantara el sonido y el hedor. Jacob miró con ansiedad a
su espalda para cerciorarse de que Mike no había «mancillado» su coche.
El viaje de vuelta se hizo más largo.
Jacob permaneció en silencio y pensativo. Su brazo me rodeaba y, con el viento
que soplaba, lo agradecí, ya que así conservaba el calor.
Mantuve la mirada fija en el parabrisas, consumida por una inmensa culpa.
Era un gran error alentar a Jacob. Puro egoísmo. No importaba lo mucho que
intentara dejarle clara mi posición, no lo había hecho lo bastante bien si él guardaba
alguna esperanza de que aquello pudiera acabar en otra cosa que no fuera una
amistad.
¿Cómo se lo podía explicar para que lo entendiera? Yo era una cáscara vacía.
Había estado completamente huera, como una casa desocupada —y declarada en
ruinas—, durante meses. Ahora había mejorado un poco. El salón estaba en mejor
estado, pero eso era todo, sólo una pequeña habitación. Él se merecía algo mejor que
eso, mejor que una casa con una sola habitación, en ruinas y a precio de saldo.
De alguna manera, sabía que no le iba a alejar de mí. Le necesitaba demasiado,
aunque fuera egoísta por mi parte. Tal vez podía mostrarle con mayor claridad mi
postura para que me dejara en paz. La idea me hizo estremecer y Jacob me estrechó
con más fuerza.
Llevé a Mike a casa en su coche mientras Jacob seguía al Suburban para
acercarme después a la mía. Durante el trayecto de vuelta estuvo inusualmente
callado, y me pregunté si estaría pensando lo mismo que yo. Puede que estuviera
cambiando de idea.
—Me autoinvitaría a entrar, en vista de que hemos llegado pronto —dijo en
cuanto frenamos junto a mi vehículo—, pero creo que tal vez tengas razón sobre lo de
la fiebre. Empiezo a sentirme un poco... extraño.
—Ay, no, ¡tú también! ¿Quieres que te lleve a casa?
—No —sacudió la cabeza con el ceño fruncido—. Aún no me siento enfermo,
sólo... mal. Si tengo que acercarme al arcén y parar, lo haré.
—¿Me llamarás en cuanto llegues? —le pregunté con ansiedad.
—Claro que sí.
Arrugó la frente y miró fijamente la oscuridad sin dejar de morderse el labio.
Abrí la puerta para salir, pero me agarró suavemente por la muñeca y me
retuvo. Volví a notar su piel candente sobre la mía.
—¿Qué ocurre, Jake?
—Hay algo que quiero decirte, Bella, pero me parece que va a sonar un tanto
cursi.
Suspiré. Aquello iba a ser más de lo mismo, igual que en el cine.
—Adelante.
—Es sólo esto: sé lo infeliz que eres y que tal vez esto no te ayude en nada, pero
quiero que sepas que siempre estaré aquí. No voy a dejarte caer, te prometo que
siempre podrás contar conmigo. Guau, sí que suena cursi. Pero lo sabes, ¿no? ¿Sabes
que nunca jamás te voy a hacer daño?
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