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AUTOR                                                                                               Libro
                     —Algo parecido —contesté.
                     —¿Quieres algo?
                     —No, gracias.
                     Vaciló. Estaba fuera de su elemento de todas todas.
                     —Vale, pues —dijo antes de volver a bajar a la cocina.
                     Oí sonar el teléfono a los pocos minutos. Charlie habló con alguien en voz baja
               durante unos momentos y luego colgó. Gritó desde abajo para que le oyera:
                     —Mike se encuentra mejor.
                     Bueno, eso resultaba esperanzador. Sólo había enfermado unas ocho horas antes
               que yo. Ocho horas más. La idea me provocó un retortijón de estómago. Aparté la
               toalla y me incliné sobre el inodoro.
                     Volví a dormirme encima de la toalla, pero estaba en mi cama cuando me
               desperté, y la luz del exterior entraba en mi habitación por la ventana. No recordaba
               haberme movido, por lo que Charlie debía de haberme trasladado hasta allí. También
               había puesto el vaso de agua encima de la mesilla. Estaba muerta de sed. Lo vacié de
               un trago, aunque tenía ese sabor extraño del agua que lleva en el vaso toda la noche.
                     Me incorporé lentamente para no provocar otro ataque de náuseas. Estaba débil
               y tenía mal sabor de boca, pero mi estómago se encontraba bien. Miré el despertador.
                     Mis veinticuatro horas habían concluido.
                     No forcé las cosas y no desayuné nada más que galletas. Charlie parecía muy
               aliviado de verme recuperada.
                     Telefoneé a Jacob en cuanto estuve segura de no tener que pasar otro día en el
               suelo del baño.

                     Fue   el   propio   Jacob   quien   me   contestó,   pero   supe   que   aún   no   se   había
               recobrado nada más oír su contestación.
                     —¿Diga?
                     Tenía la voz cascada, rota.
                     —Ay, Jake —rezongué con compasión—. ¡Qué mala voz...!
                     —Me encuentro fatal... —susurró.
                     —Cuánto siento haberte hecho salir conmigo. Te he fastidiado.
                     —Estoy contento de haber ido —su voz seguía siendo un susurro—. No te eches
               la culpa, no la tienes.
                     —Enseguida te vas a poner bien —le prometí—. Yo ya me sentía bien esta
               mañana, al despertar.
                     —¿Estabas enferma? —preguntó con voz débil.
                     —Sí, yo también la pillé, pero ahora me encuentro bien...
                     —Eso es estupendo —contestó con voz apagada.
                     —... así que probablemente estarás bien en cuestión de horas —le animé.
                     Su respuesta apenas fue audible.
                     —Dudo que tenga lo mismo que tú.
                     —¿No tienes una gripe estomacal? —le pregunté, confusa.
                     —No, esto es algo más.
                     —¿Qué es lo que te duele?




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