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ni estaba fatigado ni sufría jaquecas, al menos no antes de volver a casa después del
cine. Él mismo había dicho que estaba «como un roble». ¿De verdad podía haber
desarrollado los síntomas tan deprisa? El artículo parecía indicar que la irritación era
lo primero en aparecer...
Miré fijamente la pantalla del ordenador y me pregunté cuál era la razón exacta
por la que estaba haciendo aquello. ¿Por qué me mostraba tan... desconfiada? ¿Por
qué iba a mentirle Billy a Harry?
Probablemente me estaba comportando como una tonta. Sólo estaba
preocupada y, siendo sincera, también bastante asustada porque no me permitieran
ver a Jacob... Eso me ponía nerviosa.
Seguí leyendo en diagonal el resto del artículo en busca de más información,
pero me detuve al llegar a la parte en que decía que la mononucleosis podía llegar a
durar más de un mes.
¿Un mes? Me quedé boquiabierta.
Billy no podía imponer su voluntad a las visitas tanto tiempo. Por supuesto que
no. Jake se iba a volver loco si estaba tanto tiempo tirado en la cama sin hablar con
nadie.
De todos modos, ¿de qué tenía miedo Billy? El artículo especificaba que un
enfermo de mononucleosis debía evitar la actividad física, pero no decía nada de
visitas. La enfermedad no era muy infecciosa.
Resolví que iba a darle a Billy una semana antes de ponerme avasalladora. Una
semana era un plazo bien generoso.
La semana se me hizo larga. El miércoles ya no estaba segura de conseguir
mantenerme viva hasta el sábado.
Aunque había decidido dejar solos a Billy y Jacob durante siete días, no había
creído de verdad que Jacob estuviera de acuerdo con la norma impuesta por Billy.
Todos los días corría al teléfono para revisar los mensajes del contestador. No hubo
ninguno.
Hice trampas en tres ocasiones e intenté llamarle, pero las líneas telefónicas
seguían sin funcionar.
Me encontraba muy, muy, muy sola. Demasiado. Al estar privada de la
compañía de Jacob, de la adrenalina y de las distracciones, se me empezó a echar
encima todo lo que había estado reprimiendo. Los sueños volvieron a castigarme con
saña. No veía el final, sólo aquella horrible vacuidad, la mitad del tiempo en el
bosque, la otra mitad en un mar de helechos donde la casa blanca ya no existía. En
ocasiones, Sam Uley estaba en el bosque y me vigilaba otra vez. No le presté
atención, ya que no hallaba ningún consuelo en su presencia, no me hacía sentirme
menos sola. Eso no impedía que me despertara gritando una noche tras otra.
La brecha de mi pecho estaba peor que nunca. Me había creído capaz de tenerla
bajo control, pero me encorvaba sobre ella día tras día, apretando los bordes y
jadeando en busca de aire.
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