Page 140 - e-book
P. 140
AUTOR Libro
silueta y vi la absoluta inmovilidad y la piel pálida. La suprimí con ferocidad
mientras luchaba contra el igualmente despiadado azote de la agonía cuando mis
ojos siguieron bajando: debajo del pelo negro no estaba el único rostro que yo quería
ver. Después vino el miedo. Ésas no eran las facciones que me hacían llorar, pero
estaban lo bastante cerca como para saber que el hombre con el que me encaraba no
era un excursionista perdido.
Y al final, por último, el reconocimiento.
—¡Laurent! —grité con alegría y sorpresa.
Era una reacción irracional. Probablemente debía de haberme quedado en el
miedo.
Laurent formaba parte del aquelarre de James la primera vez que nos
encontramos. No se había involucrado en la caza que se desató —una caza en la que
yo era la presa—, pero eso fue sólo por miedo, ya que me protegía otro aquelarre más
numeroso que el suyo. De lo contrario, otro gallo hubiera cantado. En aquel entonces,
no hubiera tenido reparo alguno en convertirme en su comida. Debía de haber
cambiado, por supuesto, ya que se había ido a Alaska para vivir con el otro aquelarre
civilizado que allí había, la otra familia que se negaba a beber sangre humana por
razones éticas. Una familia como la de... No iba ni a permitirme pensar el nombre.
Sí, el miedo era lo que tenía más sentido, pero todo lo que experimenté fue una
abrumadora satisfacción. El prado volvía a ser un lugar dominado por la magia, una
magia oscura para ser sinceros, pero magia igualmente. Allí estaba la conexión que
buscaba. La prueba, aunque bastante lejana, de que él había existido en algún
momento de mi vida.
Resultaba imposible creer lo poco que Laurent había cambiado de aspecto.
Supuse que era muy estúpido y humano esperar algún tipo de cambio en el último
año, pero había algo en él... No lograba descubrir qué era.
—¿Bella? —preguntó; parecía más sorprendido que yo.
—Me recuerdas.
Le sonreí. Era ridículo que estuviera eufórica porque un vampiro supiera mi
nombre.
Esbozó una gran sonrisa.
—No esperaba verte aquí.
Se acercó a mí dando un paseo y con expresión divertida.
—¿No debería ser al revés? Soy yo quien vive aquí. Pensé que te habías ido a
Alaska.
Se detuvo a tres metros de distancia al tiempo que ladeaba la cabeza. Su rostro
era el más hermoso que había visto en lo que me había parecido una eternidad.
Estudié sus rasgos con avidez y experimenté un extraño sentimiento de liberación.
Allí había alguien a quien no me esperaba encontrar ni por asomo, alguien que ya
sabía todo lo que yo no era capaz de decir en voz alta.
—Tienes razón —admitió—. Me marché a Alaska. Aun así, no imaginaba... Al
encontrar abandonado el hogar de los Cullen, creí que se habían trasladado.
—Ah —me mordí el labio cuando el apellido hizo vibrar los bordes en carne
- 140 -