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avanzado. Debía de haber cubierto algo más de seis kilómetros sin que todavía
hubiera empezado a buscar por los alrededores, y entonces, con una brusquedad que
me desorientó, crucé bajo el arco formado por dos arces para —abriéndome paso
entre los helechos, que me llegaban hasta el pecho— entrar en el prado.
Estuve segura de que se trataba del mismo lugar al primer golpe de vista. Jamás
había visto un claro tan simétrico, con una redondez tan perfecta, como si alguien
hubiera arrancado a propósito los árboles —sin dejar evidencia alguna de tal
violencia en la ondeante hierba— para crear un círculo impecable. Por el este se oía el
suave borboteo del arroyo.
El lugar no resultaba tan apabullante sin la luz del sol, pero seguía siendo
sereno y muy hermoso. Era una mala estación para las flores silvestres y el suelo
rebosaba una densa hierba muy alta que se balanceaba al soplo de la brisa como si
fueran las olas de un lago.
Se trataba del mismo lugar... Pero no, allí no estaba lo que había ido a buscar.
El desencanto fue casi tan inmediato como el reconocimiento. Me dejé caer de
rodillas allí mismo, al borde del claro, y empecé a respirar entrecortadamente.
¿Para qué ir más lejos? Nada me retenía allí, nada, salvo los recuerdos que
podía invocar cuando quisiera —siempre que estuviera dispuesta a soportar el
correspondiente dolor—, y la pena que ahora me embargaba me había dejado helada.
Aquel sitio no tenía nada de especial sin él. No estaba del todo segura de qué
esperaba sentir allí, pero el prado carecía de atmósfera, estaba vacío, como todo lo
demás. Sólo se parecía a mis pesadillas. La cabeza me empezó a dar vueltas
vertiginosamente.
Al menos había acudido sola. Me invadió una oleada de alivio en cuanto me
percaté de ello. Si hubiera descubierto el prado en compañía de Jacob, bueno, no
hubiera habido forma de disimular el abismo en el que ahora me hallaba sumida.
¿Cómo le hubiera podido explicar aquella forma de caerme en pedazos o el hecho de
haberme aovillado en el suelo para evitar que el hueco del pecho me desgajara?
Prefería no haber tenido público...
... y tampoco tener que explicar a nadie por qué me había entrado esa prisa por
irme. Después de haber salvado tantos problemas para localizar aquel estúpido claro,
Jacob hubiera asumido que me apetecía pasar en él algo más que unos pocos
segundos; pero yo ya estaba intentando hacer el acopio de fuerzas suficiente para
ponerme en pie —después de que pudiera salir de la posición que había adoptado—
y huir. Había demasiado dolor en aquel lugar vacío para poderlo soportar. Me iría a
rastras si fuera preciso.
¡Cuánta suerte tenía de estar sola!
Sola. Repetí la palabra con macabra satisfacción hasta que conseguí ponerme en
pie a pesar del dolor. En ese preciso momento salió de entre los árboles una figura en
dirección al norte, a unos treinta pasos de distancia.
Un descomunal despliegue de emociones me traspasó en un segundo. La
primera, la sorpresa; estaba lejos de cualquier sendero y no esperaba compañía.
Además, me sacudió una ráfaga de desgarradora esperanza cuando fijé la vista en la
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