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AUTOR                                                                                               Libro
               acompañante. Él le palmeaba el hombro y de vez en cuando también se estremecía.
               Mike no parecía estar viendo el largometraje. Tenía el rostro crispado mientras
               contemplaba los flecos de la cortina que había justo encima de la pantalla.
                     Me acomodé para soportar las dos horas de película. Al principio miraba más
               los colores y el movimiento, en general, que a la gente, los coches y las casas; pero
               entonces Jacob comenzó a reírse por lo bajo.
                     —¿Qué ocurre? —susurré.
                     —¡Oh, vamos! —me contestó con un murmullo—. La sangre que chorrea ese tío
               llega a más de seis metros... ¡¿A quién pretenden engañar?!
                     Se rió entre dientes una vez más cuando el asta de una bandera dejó empalado
               a otro hombre en un muro de hormigón.
                     Después de eso, empecé a ver la película de verdad, y me reí con él a medida
               que las mutilaciones fueron más y más ridículas. ¿Cómo podía luchar por defender
               las borrosas fronteras de nuestra relación cuando me lo pasaba tan bien en su
               compañía?
                     Tanto Jacob como Mike habían tomado posesión de los apoyabrazos de los dos
               lados. Las manos de ambos descansaban en una posición forzada, con las palmas
               hacia arriba, abiertas y preparadas, como el cepo de una trampa para osos. Jacob
               tenía el hábito de tomarme la mano en cuanto se le presentaba la oportunidad, pero
               aquí, en la oscuridad del cine y bajo la mirada de Mike, iba a tener un significado
               diferente, y estaba convencida de que él lo sabía. No podía creer que Mike estuviera
               pensando lo mismo, pero su mano estaba situada exactamente igual que la de Jacob.
                     Crucé los brazos con fuerza encima del pecho y esperé a que se les durmieran

               las manos por falta de riego.
                     Mike se rindió primero, pero hacia la mitad de la película volvió a apoyar el
               brazo y se inclinó hacia delante para sujetar la cabeza entre las manos. Al principio,
               pensé que reaccionaba ante algo que había visto en la pantalla, pero luego se quejó y
               le pregunté en un susurro:
                     —Mike, ¿estás bien?
                     La pareja de delante se volvió a mirarle cuando se quejó de nuevo.
                     —No —contestó entrecortadamente—, creo que estoy enfermo.
                     La luz de la pantalla me permitió verle el rostro, bañado en sudor.
                     Mike gimió una vez más y salió disparado hacia la puerta. Me alcé para seguirle
               y Jacob me imitó de inmediato, pero yo le susurré:
                     —No, quédate. Voy a asegurarme de que está bien.
                     Vino conmigo de todos modos.
                     —No tenías que haber venido. Aprovecha tus ocho pavos de gore —insistí
               mientras subíamos hacia el pasillo.
                     —Ésa sí que es buena. Te los puedes quedar, Bella. Esa película es una mierda
               —contestó levantando la voz cuando salimos del cine.
                     Me alegré de que me hubiera acompañado al no ver señales de Mike en el
               pasillo. Jacob se coló en los servicios de caballeros para buscarle y estuvo de vuelta al
               cabo de unos segundos:




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