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AUTOR                                                                                               Libro
                     —Está ahí dentro. Todo en orden —dijo poniendo los ojos en blanco—. ¡Qué
               blandengue! Deberías haber buscado a alguien con más estómago, alguien que se ría
               en las películas gore que hacen vomitar a otros.
                     —Abriré bien los ojos en busca de alguien así.
                     Estábamos los dos solos en el pasillo, ya que ambas salas estaban a mitad de
               proyección de la película, e imperaba tal silencio que oíamos remover las palomitas
               en la tienda de la entrada.
                     Jacob fue a sentarse en un sillón tapizado de terciopelo pegado a la pared y dio
               unas palmaditas junto a él.
                     —Tenía  pinta   de  que  iba  a  estar  ahí   dentro  durante  un  buen  rato  —dijo,
               estirando las largas piernas mientras se acomodaba para esperar.
                     Suspiré y me reuní con Jacob, que tenía el aspecto de estar pensando cómo
               difuminar más las líneas. Y tanto. Se acercó a mí en cuanto me senté y me pasó el
               brazo por los hombros.
                     —Jake —protesté a la vez que me alejaba.
                     Dejó caer el brazo sin que pareciera haberse molestado ni un ápice por el
               pequeño rechazo. Extendió la mano y tomó la mía con firmeza, rodeó mi muñeca con
               la otra mano libre cuando la fui a retirar. ¿De dónde sacaba la confianza?
                     —Espera, espera un momento, Bella —dijo con voz calmada—. Dime una cosa.
                     Hice una mueca de disgusto. No me apetecía pasar por eso. No sólo en ese
               momento, nunca. En mi vida no quedaba nada más importante que Jacob Black, pero
               él parecía decidido a estropearlo todo.
                     —¿Qué? —murmuré con acritud.

                     —Te gusto, ¿vale?
                     —Sabes que sí.
                     —¿Más que ese vacilón que está vomitando hasta la primera papilla? —indicó
               la puerta del baño con un movimiento de cabeza.
                     —Sí —suspiré.
                     —¿Más que cualquiera de los chicos que conoces? —permanecía tranquilo y
               sereno, como si mi respuesta no le importase o ya supiera cuál iba a ser.
                     —Y más que las chicas —señalé.
                     —Pero eso es todo —sentenció. No era una pregunta.
                     Era duro responderle, pronunciar esa palabra. ¿Se sentiría herido y me evitaría?
               ¿Cómo iba a poder soportarlo?
                     —Sí —susurré.
                     Me dedicó una gran sonrisa.
                     —Pues no hay problema, ya sabes, como tú eres la que más me gusta y crees
               que estoy bien... Estoy preparado para ser sorprendentemente persistente.
                     —No voy a cambiar —repuse; oí el tono triste de mi voz a pesar de que había
               intentado que sonara normal.
                     Permaneció pensativo, sin hacer bromas.
                     —Se trata aún del otro, ¿verdad?
                     Me encogí. Resultaba extraño que supiera que no debía pronunciar su nombre,




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