Page 23 - Manolito Gafotas
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igual, ella quería saber todo lo que yo le contara, y me dijo que me tomara todo
el tiempo que yo quisiera, que ella estaba para escucharme. Yo pensé: « ¡Cómo
mola!» . Antes de empezar a contar la historia de mi vida, le pregunté:
—¿Se puede fumar?
Me miró con cara de haber visto de repente a un monstruo de la creación, y
me dijo la tía que los niños no fuman. Qué lista. Le tuve que decir que había sido
una bromita de las mías para que cerrara la boca, porque se le había quedado
bastante abierta a la pobrecilla sita Espe. Me dio tanta pena que se creyera esa
broma tan tonta, una broma que ya se la saben mi madre y la sita Asunción, una
broma que nunca se la ha creído nadie y que a nadie le ha hecho gracia; me dio
tanta pena, que le empecé a contar la historia de mi vida.
Empecé por cuando mis padres pidieron un crédito para comprarse el
camión y le pusieron de nombre Manolito, en homenaje a ese niño que no se
decidía a venir del limbo de los muertos, que es donde están esperando todos los
niños flotando antes de nacer. Esto último me lo dijo Yihad; me dijo que él se
acuerda todavía de cuando estaba en el limbo de los muertos. Estás allí flotando,
pasando de todo, y un día va una mano de un tamaño bastante gigantesco y dice:
« Tú —dices tú porque en esos momentos nadie tiene nombre—, te ha tocado» .
Y a partir de ahí te trasladas astralmente a un quirófano de un hospital y un
médico te da una torta en el culo. ¿Por qué? Porque has nacido. Desde ese
momento crucial empieza tu vida en Carabanchel o en Hollywood, depende de
donde te lleve la mano de tamaño gigantesco. A mí la mano me llevó a
Carabanchel. Te aconsejo que no te lo creas del todo, porque el chulito de Yihad
siempre viene con historias de estas para tirarse el rollo; yo te aviso, y el que
avisa no es traidor.
Bueno, pues a lo que iba, que de repente nací, le conté que a mi madre le
tuvieron que hacer una operación a vida o muerte para que yo naciera porque al
parecer yo tenía la cabeza lo que se dice un poco gorda. Esto le gusta mucho
contarlo a mi madre para dejarme a mí en ridículo.
Le conté que hasta los tres primeros meses me hice famoso porque no dejaba
dormir a nadie en mi escalera de tanto como lloraba, y que un día, de tanta risa
como me dio perdí el conocimiento. Le conté que mi madre dice: « Éste —éste
soy yo— nació hablando» .
Bueno, le conté todo lo que me sabía hasta los tres o cuatro años. Entonces la
sita Espe, con cara como de no haber salido del limbo de los muertos, me dijo
que ya me podía ir y yo le dije:
—¿Por qué, sita Espe, es que no estoy contando bien los detalles?
—Lo estás contando todo estupendamente —me dijo la sita Espe—, pero es
que ya ha pasado una hora y media.
¡Una hora y media! Se me había pasado volando. Creo que esa hora y media