Page 26 - Manolito Gafotas
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—Me va a contar a mí la tía esa que yo no escucho a este niño. Si no me deja
      ni poner una lavadora de color.
        Al final me tuve que poner a llorar; tú hubieras hecho lo mismo. Mi madre
      me dijo esta tarde que por la noche todos me iban a escuchar para que ningún
      extraño fuera diciendo por ahí que en mi casa nadie me escuchaba.
        Vinieron todos a mi habitación hace un rato. Yo estaba un poco cortado, la
      verdad. Mi abuelo, acostado en la cama de al lado. Mi madre, sentada en la mía
      con el Imbécil en brazos. Mi padre se tumbó directamente. Me dijeron:
        —Habla.
        Joé,  a  mí  no  me  gusta  improvisar:  cogí  mis  dos  cuadernos  y  empecé  a
      leérselos.  Cuando  iba  por  el  segundo  me  interrumpieron  los  ronquidos  de  mi
      padre. El tío ronca que parece una morsa. Luego no sabía qué hacer porque me
      habían invadido la cama: no podía ni estirarme, así que me he venido a la cama
      de mis padres y los he dejado allí apelotonados. Eso sí, les he apagado la luz, les
      he  quitado  la  radio  y  les  he  tapado  con  la  colcha  de  mi  abuelo.  Seguro  que
      mañana mi madre se despertará diciendo que le duelen todos los huesos de su
      cuerpo corporal. Ah, se siente. Eso les pasa por no escuchar la historia de mi vida
      hasta el final. Voy a empezar a pensar que mis cuadernos aburren hasta a las
      ovejas.














        Igual mañana me cae una bronca. No sé por qué, pero seguro que me cae.
      Eso se presiente igual que cuando te va a caer un cero en un examen. Dice la
      Susana que cuando a una persona la han echado ya de todas partes, entonces la
      llevan al psicólogo, y que antes los llevaban a las islas desiertas. Si yo tuviera que
      elegir entre la sita Espe y una isla desierta, me quedaría… con la cama de mis
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