Page 120 - Frankenstein
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perdió en la oscuridad. Nada con la forma de
   un humano hubiera podido dañar a un niño. El
   era el asesino, no había duda. La sola ocurren-
   cia de la idea era prueba irrefutable. Pensé en
   perseguir a aquel demonio, pero hubiera sido
   en vano, pues el siguiente relámpago me lo
   descubrió trepando por las rocas de la abrupta
   ladera del monte Saléve, el monte que limita a
   Plainpalais por el sur. Rápidamente escaló la
   cima y desapareció.
     Permanecí inmóvil. La tormenta cesó; pero la
   lluvia continuaba, y todo estaba envuelto en
   tinieblas. Repasé los sucesos que hasta el mo-
   mento había tratado de olvidar: todos los pasos
   que di hasta la creación; el fruto de mis propias
   manos, vivo, junto a mi cama; su huida. Habían
   transcurrido ya casi dos años desde la noche en
   que le había dado vida. ¿Era éste su primer
   crimen? ¡Dios mío! Había lanzado al mundo un
   engendro depravado, que se deleitaba causan-
   do males y desgracias. ¿No era la muerte de mi
   hermano prueba de ello?
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