Page 119 - Frankenstein
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Admiraba la tormenta, tan hermosa y a un
   tiempo terrible, mientras caminaba con paso
   ligero. Esta noble lucha de los cielos elevaba mi
   espíritu. Junté las manos y exclamé: «William,
   mi querido hermano. Este es tu funeral, ésta tu
   endecha.» Apenas había pronunciado estas pa-
   labras cuando divisé en la oscuridad una figura
   que emergía subrepticiamente de un bosqueci-
   llo cercano. Me quedé inmóvil, mirándola fija-
   mente: no había duda. Un relámpago la iluminó
   y  me  descubrió  sus  rasgos  con  claridad.  La  gi-
   gantesca estatura y su aspecto deformado, más
   horrendo  que  nada   de  lo  que  existe  en  la
   humanidad, me demostraron de inmediato que
   era el engendro, el repulsivo demonio al que
   había dotado de vida. ¿Qué hacía allí? ¿Sería
   acaso me estremecía sólo de pensarlo–– el ase-
   sino  de  mi  hermano?  No  bien  me  hube  formu-
   lado la pregunta cuando llegó la respuesta con
   claridad; los dientes me castañetearon, y me
   tuve que apoyar en un árbol para no caerme. La
   figura pasó velozmente por delante de mí y se
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