Page 137 - Frankenstein
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del público con renovada violencia, acusándola
   de la mayor ingratitud. Las lágrimas le corrían
   por las mejillas mientras escuchaba en silencio a
   Elizabeth. Durante todo el juicio, yo , estuve
   preso de la mayor angustia y nerviosismo. Cre-
   ía en su inocencia; sabía que no era culpable.
   ¿Acaso el diabólico ser que había matado no lo
   dudaba ni por un minuto a mi hermano, había
   vendido, en su demoníaco juego, la inocencia a
   la muerte y a la ignominia?
     El horror de la situación me resultaba inso-
   portable, y cuando la reacción del público y el
   rostro de los jueces me indicaron que mi pobre
   víctima había sido condenada, me precipité
   fuera de la sala lleno de pesar. El sufrimiento de
   la acusada no igualaba al mío. A ella la sostenía
   su inocencia, pero a mí me laceraban los latiga-
   zos del remordimiento, que no cedía su presa.
     Pasé una noche de indescriptible desespera-
   ción. Por la mañana fui al tribunal. Tenía la bo-
   ca y la garganta secas y no me atreví a hacer la
   pregunta fatal. Pero me conocían y el ujier adi-
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