Page 51 - El Alquimista
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«No te impacientes —se repitió para sí—. Como dijo el camellero, come a
               la hora de comer. Y camina a la hora de caminar.»

                   El  primer  día  todos  durmieron  de  cansancio,  inclusive  el  inglés.  El
               muchacho estaba instalado lejos de él, en una tienda con otros cinco jóvenes
               de edad similar a la suya. Eran gente del desierto, y querían saber historias de
               las grandes ciudades.


                   El muchacho les habló de su vida de pastor, e iba a empezar a relatarles su
               experiencia en la tienda de cristales cuando se presentó el Inglés.

                   —Te he buscado toda la mañana —dijo mientras se lo llevaba afuera—.
               Necesito que me ayudes a descubrir dónde vive el Alquimista.

                   Empezaron  por  recorrer  las  tiendas  donde  vivieran  hombres  solos.  Un
               Alquimista seguramente viviría de manera diferente de las otras personas del
               oasis,  y  sería  muy  probable  que  en  su  tienda  hubiera  un  horno
               permanentemente  encendido.  Caminaron  bastante,  hasta  que  se  quedaron

               convencidos de que el oasis era mucho mayor de lo que podían imaginar, y
               que albergaba centenares de tiendas.

                   —Hemos  perdido  casi  todo  el  día  —dijo  el  Inglés  mientras  se  sentaba
               junto al chico cerca de uno de los pozos del oasis.

                   —Será mejor que preguntemos —propuso el muchacho.

                   El Inglés no quería revelar su presencia en el oasis, y se mostró indeciso
               ante la sugerencia. Pero acabó accediendo y le pidió al muchacho, que hablaba

               mejor el árabe, que lo hiciera. Éste se aproximó a una mujer que había ido al
               pozo para llenar de agua un saco de piel de carnero.

                   —Buenas tardes, señora. Me gustaría saber dónde vive un Alquimista en
               este oasis —preguntó el muchacho.

                   La mujer le respondió que jamás había oído hablar de eso, y se marchó
               inmediatamente. Antes, no obstante, avisó al chico de que no debía conversar

               con  mujeres  vestidas  de  negro  porque  eran  mujeres  casadas,  y  él  tenía  que
               respetar la Tradición.

                   El Inglés se quedó decepcionadísimo. Había hecho todo el viaje para nada.
               El muchacho también se entristeció. Su compañero también estaba buscando
               su Leyenda Personal, y cuando alguien hace esto, todo el Universo conspira
               para que la persona consiga lo que desea. Lo había dicho el viejo rey, y no

               podía estar equivocado.

                   —Yo nunca había oído hablar antes de alquimistas —dijo el chico—. Si no
               intentaría ayudarte.

                   De repente los ojos del Inglés brillaron.
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