Page 53 - El Alquimista
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sin fin. Todo lo que el muchacho entendía en aquel momento era que estaba
               delante de la mujer de su vida, y sin ninguna necesidad de palabras, ella debía
               de  saberlo  también.  Estaba  más  seguro  de  esto  que  de  cualquier  cosa  en  el
               mundo,  aunque  sus  padres,  y  los  padres  de  sus  padres,  dijeran  que  era
               necesario  salir,  simpatizar,  prometerse,  conocer  bien  a  la  persona  y  tener
               dinero antes de casarse. Los que decían esto quizá jamás hubiesen conocido el

               Lenguaje  Universal,  porque  cuando  nos  sumergimos  en  él  es  fácil  entender
               que siempre existe en el mundo una persona que espera a otra, ya sea en medio
               del desierto o en medio de una gran ciudad. Y cuando estas personas se cruzan
               y sus ojos se encuentran, todo el pasado y todo el futuro pierde su importancia
               por completo, y sólo existe aquel momento y aquella certeza increíble de que
               todas las cosas bajo el sol fueron escritas por la misma Mano. La Mano que
               despierta el Amor, y que hizo un alma gemela para cada persona que trabaja,

               descansa y busca tesoros bajo el sol. Porque sin esto no habría ningún sentido
               para los sueños de la raza humana.

                   Maktub, pensó el muchacho.

                   El Inglés se levantó de donde estaba sentado y sacudió al chico.

                   —¡Vamos, pregúntaselo a ella!

                   Él se aproximó a la joven. Ella volvió a sonreír. Él sonrió también.

                   —¿Cómo te llamas? —preguntó.


                   —Me llamo Fátima —dijo la joven mirando al suelo.

                   —En la tierra de donde yo vengo algunas mujeres se llaman así.

                   —Es el nombre de la hija del Profeta —explicó Fátima—. Los guerreros lo
               llevaron allí.

                   La delicada moza hablaba de los guerreros con orgullo. Como a su lado el
               Inglés insistía, el muchacho le preguntó por el hombre que curaba todas las
               enfermedades.

                   —Es  un  hombre  que  conoce  los  secretos  del  mundo.  Conversa  con  los

               djins del desierto —dijo ella.

                   Los djins eran los demonios. La moza señaló hacia el sur, hacia el lugar
               donde habitaba aquel extraño hombre.

                   Después llenó su cántaro y se fue. El Inglés se fue también, en busca del
               Alquimista. Y el muchacho se quedó mucho tiempo sentado al lado del pozo,
               entendiendo que algún día el Levante había dejado en su rostro el perfume de

               aquella mujer, y que ya la amaba incluso antes de saber que existía, y que su
               amor por ella haría que encontrase todos los tesoros del mundo.

                   Al día siguiente el muchacho volvió al pozo a esperar a la moza. Para su
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