Page 52 - El Alquimista
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—¡De  eso  se  trata!  ¡Quizá  aquí  nadie  sepa  lo  que  es  un  alquimista!
               Pregunta por el hombre que cura las enfermedades en la aldea.

                   Varias  mujeres  vestidas  de  negro  fueron  a  buscar  agua  al  pozo,  pero  el
               muchacho no se dirigió a ninguna de ellas, por más que el Inglés le insistió.
               Hasta que por fin se acercó un hombre.

                   —¿Conoce a alguien que cure las enfermedades aquí? —preguntó el chico.

                   —Alá  cura  todas  las  enfermedades  —dijo  el  hombre,  visiblemente

               espantado por los extranjeros—. Vosotros estáis buscando brujos.

                   Y después de recitar algunos versículos del Corán, siguió su camino. Otro
               hombre  se  aproximó.  Era  más  viejo,  y  traía  sólo  un  pequeño  cubo.  El
               muchacho repitió la pregunta.

                   —¿Por qué queréis conocer a esa clase de hombre? —respondió el árabe
               con otra pregunta.

                   —Porque  mi  amigo  viajó  muchos  meses  para  encontrarlo  —repuso  el

               chico.

                   —Si este hombre existe en el oasis, debe de ser muy poderoso —dijo el
               viejo  después  de  meditar  unos  instantes—.  Ni  los  jefes  tribales  consiguen
               verlo cuando lo necesitan. Sólo cuando él lo decide.

                   »Esperad a que termine la guerra. Y entonces, partid con la caravana. No
               queráis entrar en la vida del oasis —concluyó alejándose.

                   Pero el Inglés quedó exultante. Estaban en la pista correcta.


                   Finalmente  apareció  una  moza  que  no  iba  vestida  de  negro.  Traía  un
               cántaro en el hombro, y la cabeza cubierta con un velo, pero tenía el rostro
               descubierto. El muchacho se aproximó para preguntarle sobre el Alquimista.

                   Entonces fue como si el tiempo se parase y el Alma del Mundo surgiese
               con toda su fuerza ante él. Cuando vio sus ojos negros, sus labios indecisos
               entre una sonrisa y el silencio, entendió la parte más importante y más sabia

               del Lenguaje que todo el mundo hablaba y que todas las personas de la tierra
               eran capaces de entender en sus corazones. Y esto se llamaba Amor, algo más
               antiguo que los hombres y que el propio desierto, y que sin embargo resurgía
               siempre con la misma fuerza dondequiera que dos pares de ojos se cruzaran
               como  se  cruzaron  los  de  ellos  delante  del  pozo.  Los  labios  finalmente
               decidieron ofrecer una sonrisa, y aquello era una señal, la señal que él esperó
               sin saberlo durante tanto tiempo en su vida, que había buscado en las ovejas y

               en los libros, en los cristales y en el silencio del desierto.

                   Allí  estaba  el  puro  lenguaje  del  mundo,  sin  explicaciones,  porque  el
               Universo no necesitaba explicaciones para continuar su camino en el espacio
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