Page 56 - El Alquimista
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hombres que ellas esperan también pueden volver algún día. Antes yo miraba
a esas mujeres y envidiaba su felicidad. Ahora yo también tendré una persona
a quien esperar.
»Soy una mujer del desierto, y estoy orgullosa de ello. Quiero que mi
hombre también camine libre como el viento que mueve las dunas. También
quiero poder ver a mi hombre en las nubes, en los animales y en el agua.
El muchacho fue a buscar al Inglés. Quería hablarle de Fátima. Se
sorprendió al ver que el Inglés había construido un pequeño horno al lado de
su tienda. Era un horno extraño, con un frasco transparente encima. El Inglés
alimentaba el fuego con leña, y miraba el desierto. Sus ojos parecían brillar
más cuando pasaba todo el tiempo leyendo libros.
—Ésta es la primera fase del trabajo —dijo—. Tengo que separar el azufre
impuro. Para esto, no puedo tener miedo de fallar. El miedo a fallar fue lo que
me impidió intentar la Gran Obra hasta hoy. Es ahora cuando estoy
empezando lo que debería haber comenzado diez años atrás. Pero me siento
feliz de no haber esperado veinte años para esto.
Y continuó alimentando el fuego y mirando el desierto. El muchacho se
quedó junto a él un rato, hasta que el desierto comenzó a ponerse rosado con la
luz del atardecer. Entonces sintió un inmenso deseo de ir hasta allí, para ver si
el silencio conseguía responder a sus preguntas.
Caminó sin rumbo por algún tiempo, manteniendo las palmeras del oasis al
alcance de sus ojos. Escuchaba el viento, y sentía las piedras bajo sus pies. A
veces encontraba alguna concha y sabía que aquel desierto, en una época
remota, había sido un gran mar. Después se sentó sobre una piedra y se dejó
hipnotizar por el horizonte que tenía delante de él. No conseguía entender el
Amor sin el sentimiento de posesión; pero Fátima era una mujer del desierto, y
si alguien podía enseñarle esto era el desierto.
Se quedó así, sin pensar en nada, hasta que presintió un movimiento sobre
su cabeza. Miró hacia el cielo y vio que eran dos gavilanes que volaban muy
alto.
El muchacho observó a los gavilanes, y los dibujos que trazaban en el
cielo. Parecía una cosa desordenada y, sin embargo, tenían algún sentido para
él. Sólo que no conseguía comprender su significado. Decidió que debía
acompañar con los ojos el movimiento de los pájaros, y quizá entonces
pudiera leer algo. Tal vez el desierto pudiera explicarle el amor sin posesión.
Empezó a sentir sueño. Su corazón le pidió que no se durmiera: por el
contrario, debía entregarse. «Estaba penetrando en el Lenguaje del Mundo y
todo en esta tierra tiene sentido, incluso el vuelo de los gavilanes», dijo. Y
aprovechó la ocasión para agradecer el hecho de estar lleno de amor por una