Page 55 - El Alquimista
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una guerra entre fuerzas que luchan por el mismo poder, y cuando este tipo de
               batalla comienza, se prolonga más que las otras, porque Alá está en los dos
               bandos.

                   Las  personas  se  dispersaron.  El  muchacho  se  volvió  a  encontrar  con
               Fátima aquella tarde, y le habló de la reunión.

                   —El segundo día que nos encontramos —dijo ella—, me hablaste de tu

               amor.  Después  me  enseñaste  cosas  bellas,  como  el  Lenguaje  y  el  Alma  del
               Mundo. Todo esto me hace poco a poco ser parte de ti.

                   El muchacho oía su voz y la encontraba más hermosa que el sonido del
               viento entre las hojas de las datileras.

                   —Hace  mucho  tiempo  que  estuve  aquí,  en  este  pozo,  esperándote.  No
               consigo  recordar  mi  pasado,  la  Tradición,  la  manera  en  que  los  hombres
               esperan que se comporten las mujeres del desierto. Desde pequeña soñaba que
               el desierto me traería el mayor regalo de mi vida. Este regalo llegó, por fin, y

               eres tú.

                   El  muchacho  sintió  deseos  de  tocar  su  mano.  Pero  Fátima  estaba
               sosteniendo las asas del cántaro.

                   —Tú me hablaste de tus sueños, del viejo rey y del tesoro. Me hablaste de
               las señales. Ya no tengo miedo de nada, porque fueron estas señales las que te
               trajeron a mí. Y yo soy parte de tu sueño, de tu Leyenda Personal, como sueles

               decir.

                   »Por  eso  quiero  que  sigas  en  la  dirección  de  lo  que  viniste  a  buscar.  Si
               tienes  que  esperar  hasta  el  final  de  la  guerra,  muy  bien.  Pero  si  tienes  que
               partir antes, ve en dirección a tu Leyenda. Las dunas cambian con el viento,
               pero el desierto sigue siendo el mismo. Así sucederá con nuestro amor.

                   »Maktub —añadió—. Si yo soy parte de tu Leyenda, tú volverás un día.

                   El muchacho se quedó triste tras el encuentro con Fátima. Se acordaba de

               mucha gente que había conocido. A los pastores casados les costaba mucho
               convencer a sus esposas de que debían andar por los campos. El amor exigía
               estar junto a la persona amada.

                   Al día siguiente contó todo esto a Fátima.

                   —El desierto se lleva a nuestros hombres y no siempre los devuelve —dijo
               ella—.  Entonces  nos  acostumbramos  a  esto.  Y  ellos  pasan  a  existir  en  las
               nubes sin lluvia, en los animales que se esconden entre las piedras, en el agua

               que brota generosa de la tierra. Pasan a formar parte de todo, pasan a ser el
               Alma del Mundo.

                   »Algunos  vuelven.  Y  entonces  todas  las  mujeres  se  alegran,  porque  los
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