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Cloe  no  comprendía  muy  bien  la  explicación,  aunque  caer  en  picado  no  le  pareció  buena  idea.
            Observó cómo su barco permanecía parado frente a un enorme portón mientras llenaban de agua el

            otro lado del canal. Después de un rato, las aguas estaban niveladas, la puerta se abrió y siguieron el
            curso del río.


            —¡Mira allí! —François señaló un viñedo inmenso—. Gracias a las uvas, llevamos este sonido tan
            musical en nuestro barco.

            —¿Uvas que crean música? Yo sólo escucho el sonido de cristales. ¡Es extraño el sonido de las uvas
            francesas!
            —Bueno, las uvas no, pero el vino que se hace con ellas va en las botellas de la bodega.



            A los dos les pareció divertido la idea de unas uvas musicales.


            Al pasar por la ciudad de Carcassonne, Cloe contempló la gran muralla y los edificios medievales, y
            pensó que quizás François la podía transportar también en el tiempo.



            —¡Descendamos del barco! ¡Vamos a visitar Carcassonne!



            Lo primero que encontraron fue el busto descomunal de una señora tallado en piedra. La chica la
            observó con desconfianza.


            —¡No tengas miedo de la Dama de Carcas! Ella salvó a la ciudad de ser invadida. Aunque eso ocurrió
            hace tiempo ya, sus habitantes no lo olvidan.



            Los dos amigos deambularon por las calles adoquinadas de la ciudad y sus puentes. Cloe observaba
            con recelo las gárgolas de piedra y sus tenebrosas expresiones. ¡Parecían vivas!
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