Page 9 - Cloe-y-el-poubolt-magico
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Y en un instante se encontraron en el pueblo de Roquefort, donde se fabrica ese queso de oveja tan
            famoso en el mundo entero. Adquirieron un buen trozo en la bodega donde se fabrica y se sentaron a

            comer en la hierba fresca de la Roca de Combalou. Desde allí, disfrutaron de las vistas del pueblo,
            bosques y lagos. El fuerte olor del queso le resultaba muy desagradable. Cloe se tapó la nariz, se
            armó  de  valor  y  abrió  la  boca.  Su  sorpresa  fue  enorme  cuando  comprobó  que  el  queso  estaba
            riquísimo, por lo que se zampó el resto con ganas. François sólo podía olfatearlo. ¡Se llevó la peor
            parte!



            Antes de dejar la región, pasearon por el parque regional des Grands-Causses y practicaron algunos
            deportes de aventura. Su favorito fue la escalada. Subir como un animal salvaje por las rocas la llenó

            de vitalidad.


            De vuelta a la plaza de Montmartre, Cloe parecía un mimo que fingía escalar una pared. Disimuló y
            miró a ese Poulbot travieso, que reía desde una esquina. Antes de despedirse, François le pidió que
            volviese al día siguiente para conocer otra región. La chica comprobó sorprendida que apenas habían

            pasado unos segundos desde que se separó de su familia. Su madre terminaba de comprar una obra
            de arte al pintor con el que hablaba anteriormente, así que nadie se percató de su ausencia.



            En  sueños,  Cloe  revivió  las  aventuras  del  día  y  deseó  que  amaneciese  para  reencontrarse  con
            François, ese Poulbot mágico que la hacía viajar de forma tan divertida.
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