Page 151 - veinte mil leguas de viaje submarino
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¡No! ¡Nunca mi espíritu se había sentido tan sobrecogido como en aquel momento! ¡Jamás
me había sentido embar-gado por una emoción tan impresionante como aquélla! ¡No quería
ver lo que estaban viendo mis ojos!
Pero la tumba iba tomando forma lentamente. Sobresal-tados, huían los peces de aquí y de
allá. Se oía resonar el hie-rro del pico sobre el suelo calcáreo y de vez en cuando sobre
algún sílex perdido en el fondo de las aguas. El agujero se iba alargando y ensanchando y
pronto se convirtió en una fosa suficientemente profunda para albergar el cuerpo.
Los portadores se acercaron a ella. El cuerpo, envuelto en un tejido de biso blanco,
descendió a su húmeda tum-ba. El capitán Nemo, los brazos cruzados sobre el pecho, y
todos los demás, se arrodillaron en la actitud de la plega-ria... Mis dos compañeros y yo nos
inclinamos religiosa-mente.
Se recubrió la tumba con los restos arrancados al suelo, formando una ligera protuberancia.
El capitán Nemo y sus hombres se reincorporaron y, acer-cándose a la tumba, extendieron
sus manos en un gesto de suprema despedida.
La fúnebre comitiva emprendió entonces el camino de re-greso al Nautilus, bajo los arcos
del bosque, a través de los matorrales y a lo largo de las plantas de coral, en un ascenso
continuo.
Aparecieron al fin las luces del Nautilus que guiaron nues-tros últimos pasos. A la una, ya
estábamos a bordo.
Nada más despojarme de mi escafandra, subí a la plata-forma donde, Presa de una terrible
confusión de ideas. fui a sentarme cerca del fanal. Pronto se unió a mí el capitán Nemo. Me
levanté y le dije:
Así, pues, tal y como había pronosticado, ese hombre murió anoche.
Sí, señor Aronnax.
Y ahora está reposando junto a sus compañeros en ese cementerio de coral.
-Sí, olvidado de todos, pero no de nosotros. Nosotros ca-vamos las tumbas y los pólipos se
encargan de sellar en ellas a nuestros muertos para toda la eternidad.
Ocultando con un gesto brusco su rostro en sus manos crispadas, el capitán trató vanamente
de contener un sollo-zo. Luego, dijo:
Ése es nuestro apacible cementerio, a algunos centenares de pies bajo la superficie del
mar.
Sus muertos duermen en él tranquilos, capitán, fuera del alcance de los tiburones.