Page 146 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Soplaba una sonora brisa del Oeste, que encrespaba al mar en largas olas, sometiendo al
                  Nautilus a un sensible ba-lanceo.

                  Tras haber renovado su aire, el Nautilus se sumergió a una profundidad media de quince
                  metros, al objeto, al parecer, de poder emerger rápidamente a la superficie, operación que,
                  contra toda costumbre, se practicó en varias ocasiones durante aquella jornada del 19 de
                  enero. En todas ellas, el segundo subía a la plataforma y pronunciaba su frase habi-tual.

                  El capitán Nemo no apareció durante toda la mañana. El único miembro de la tripulación a
                  quien vi fue al steward, que me sirvió la comida con su exactitud y mutismo de cos-tumbre.

                  Hacia las dos de la tarde me hallaba en el salón, ocupado en clasificar mis notas, cuando
                  apareció el capitán. A mi sa-ludo respondió con una inclinación casi impercetible, sin
                  dirigirme la palabra. Volví a mi trabajo, esperando que me diera quizá alguna explicación
                  sobre los acontecimientos de la noche anterior, pero no me dijo nada. Le miré. Su rostro
                  denunciaba la fatiga, sus ojos enrojecidos no habían sido re-frescados por el sueño. Toda su
                  fisonomía expresaba una profunda tristeza, un sentimiento de pesadumbre real. Iba y venía,
                  se sentaba y se incorporaba, tomaba un libro al azar para dejarlo en seguida, consultaba sus
                  instrumentos sin to-mar notas como solía, y parecía no poder estar quieto ni un instante.

                  Al fin se acercó a mí y me dijo:

                   ¿Es usted médico, señor Aronnax?

                  Era tan inesperada su pregunta, que me quedé mirándole sin responder.

                   ¿Es usted médico?  repitió . Sé que algunos de sus cole-gas han hecho estudios de
                  medicina, como Gratiolet, Mo-quin Tandon y otros.

                   En efecto  dije . Soy médico y he practicado durante varios años como interno de
                  hospitales, antes de entrar en el Museo.

                   Bien, muy bien.

                  Mi respuesta satisfizo evidentemente al capitán Nemo.

                  Ignorando cuáles pudieran ser sus intenciones, esperé que me hiciera nuevas preguntas,
                  reservándome para res-ponderle según las circunstancias.

                   Señor Aronnax, ¿aceptaría usted asistir a uno de mis hombres?

                   ¿Tiene usted un enfermo?

                   Sí.

                   Estoy a su disposición.
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