Page 141 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Le escucho, capitán.
Usted sabe, señor profesor, que el agua de mar es más densa que el agua dulce. Pero esta
densidad no es uniforme. En efecto, si se representara por la unidad la densidad del agua
dulce, hallaríamos uno y veintiocho milésimas para las aguas del Atlántico, uno y veintiséis
milésimas para la del Pacífico, uno y treinta milésimas para las del Mediterrá-neo...
«¡Ah! pensé , así que se aventura por el Mediterráneo!»
... uno y dieciocho milésimas para las del Jónico y uno y veintinueve milésimas para las
del Adriático.
Decididamente, el Nautilus no rehuía los mares frecuen-tados de Europa, y de ello inferí
que podría llevarnos tal vez en breve hacia continentes más civilizados. Pensé que Ned
Land acogería con gran satisfacción esta información.
Durante varios días, nuestra jornadas transcurrieron en medio de experimentos de todas
clases, tanto sobre los gra-dos de salinidad de las aguas a diferentes profundidades como
sobre su electrización, coloración y transparencia. Y en todos estos estudios el capitán
Nemo desplegó tanta in-geniosidad como amabilidad hacia,/mí. Pero luego, durante varios
días consecutivos, no volví a verle y permanecí de nuevo aislado a bordo.
El 16 de enero, el Nautilus pareció dormirse a unos me-tros tan sólo bajo la superficie. Sus
aparatos eléctricos no funcionaban, y su hélice inmóvil le dejaba errar al dictado de la
corriente. Supuse que la tripulación se ocupaba de las reparaciones interiores, hechas
necesarias por la violencia de los movimientos mecánicos de la máquina.
Mis compañeros y yo fuimos entonces testigos de un cu-rioso espectáculo. Los
observatorios del salón estaban des-cubiertos, y como el fanal del Nautilus estaba apagado
reina-ba una vaga oscuridad en medio de las aguas. El cielo, tormentoso y cubierto de
espesas nubes, daba una insufi-ciente claridad a las primeras capas del océano.
Observaba yo el estado del mar en esas condiciones, en las que los más grandes peces
aparecían como sombras apenas dibujadas, cuando el Nautilus se halló súbitamente
inunda-do de luz. Creí en un primer momento que se había encen-dido el fanal, pero una
rápida observación me hizo recono-cer mi error.
El Nautilus flotaba en medio de una capa fosforescente que, en la oscuridad, se hacía
deslumbrante. El fenómeno era producido por miriadas de animales luminosos, cuyo brillo
se acrecentaba al deslizarse sobre el casco metálico del aparato. Advertí entonces una serie
de relámpagos en medio de las capas luminosas, como coladas de plomo fundido en un
horno o masas metálicas llevadas a la incandescencia, de tal modo que, por contraste,
algunas zonas luminosas pare-cían oscuras en ese medio ígneo que abolía la oscuridad. No,
aquella luminosidad era muy diferente de la irradiación continua de nuestro alumbrado
habitual; había en ella una intensidad y un movimiento insólitos. ¡Se diría una luz viva!