Page 145 - veinte mil leguas de viaje submarino
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había-mos terminado de almorzar, cuando se apagó el globo lumi-noso sumiéndonos en una
                  oscuridad total.

                  Ned Land no tardó en dormirse, y, con gran sorpresa mía, Conseil cayó también en un
                  profundo sopor. Me pregunta-ba qué era lo que había podido provocar en él esa imperiosa
                  necesidad de dormir cuando me sentí yo invadido por una pesada somnolencia, que me
                  hacía cerrar los ojos contra mi voluntad. Me sentía presa de una extraña alucinación.

                  Era evidente que se nos había puesto en la comida alguna sustancia soporífera. Así pues, no
                  bastaba infligirnos la pri-sión para ocultarnos los proyectos del capitán Nemo, sino que
                  además había que narcotizarnos.

                  Oí el ruido de las escotillas al cerrarse. Poco después cesa-ba el ligero movimiento de
                  balanceo producido por las olas, lo que parecía indicar que el Nautilus se había sumergido.

                  Imposible me fue resistir al sueño. Mi respiración se debi-litaba. Sentí un frío mortal helar
                  mis miembros cada vez más pesados, como paralizados. Mis párpados, pesados como el
                  plomo, se cerraron sobre los ojos. Un sueño mórbido, po-blado de alucinaciones, se
                  apoderó de todo mi ser. Poco a poco fueron desapareciendo las visiones, y me quedé
                  sumi-do en un total anonadamiento.





                  24. El reino del coral



                  Al día siguiente, me desperté con la cabeza singularmen-te despejada, y vi con sorpresa que
                  me hallaba en mi cama-rote. Mis compañeros debían haber sido también reintegra-dos al
                  suyo sin darse cuenta, como yo. Como yo, ignoraban lo ocurrido en esa noche. Para
                  desvelar el misterio, sólo po-día confiar en el azar de lo porvenir.

                  La idea de salir del camarote me llevó a preguntarme si me hallaría preso o libre
                  nuevamente. Libre por completo. Abrí la puerta, recorrí los pasillos y subí la escalera
                  central. Las escotillas, cerradas la víspera, estaban abiertas. Llegué a la plataforma, donde
                  ya estaban, esperándome, Ned y Con-seil. A mis preguntas respondieron diciendo que no
                  sabían nada. Les había sorprendido hallarse en su camarote, al des-pertarse de un pesado
                  sueño que no había dejado en ellos re-cuerdo alguno.

                  El Nautilus estaba tan tranquilo y tan misterioso como siempre, navegando por la superficie
                  de las olas a una mar-cha moderada. Nada parecía haber cambiado a bordo.

                  Ned Land observaba el mar con sus ojos penetrantes. No había nada a la vista. El
                  canadiense no señaló nada nuevo en el horizonte, ni vela ni tierra.
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