Page 148 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Durante algunos momentos seguí observando al agoni-zante, cuya palidez iba aumentando
                  bajo la luz eléctrica que iluminaba su lecho mortal. Miraba su rostro inteligente, sur-cado
                  de prematuras arrugas labradas tal vez hacía tiempo por la desgracia, si no por la miseria.

                  Trataba de sorprender el secreto de su vida en las últimas palabras que pudieran dejar
                  escapar sus labios.

                   Puede usted retirarse, señor Aronnax  me dijo el capi-tán Nemo.

                  Dejé al capitán en el camarote del agonizante y volví al mío, muy emocionado por aquella
                  escena. Durante todo el día me sentí agitado por siniestros presentimientos. Dormí mal
                  aquella noche, y en los momentos de duermevela creí oír lejanos suspiros, y algo así como
                  una fúnebre salmodia. ¿Sería aquello una plegaria de difuntos en esa lengua que yo no
                  podía comprender?

                  Al día siguiente, por la mañana, cuando subí al puente ha-llé allí al capitán Nemo. Nada
                  más verme me dijo:

                  -Señor profesor, ¿desea hacer hoy una excursión subma-rina?

                   ¿Con mis compañeros?

                   Si quieren.

                   Estamos a sus órdenes, capitán.

                  -Vayan, pues, a ponerse sus escafandras.

                  Nada me dijo del moribundo o del muerto. Fui a buscar a Ned Land y a Conseil, a quienes
                  participé la proposición del capitán Nemo. Conseil se apresuró a aceptar y, esta vez, el
                  canadiense se mostró muy dispuesto a seguirnos.

                  Eran las ocho de la mañana. Media hora después estába-mos ya vestidos para ese nuevo
                  paseo, y equipados de los dos aparatos de alumbrado y de respiración. Se abrió la doble
                  puerta, y, acompañados del capitán Nemo, al que seguían doce hombres de la tripulación,
                  pusimos el pie a una profun-didad de diez metros sobre el suelo firme en el que reposaba el
                  Nautilus.

                  Una ligera pendiente nos condujo a un fondo accidenta-do, a una profundidad de unas
                  quince brazas. Aquel fondo difería mucho del que había visitado durante mi primera
                  ex-cursión bajo las aguas del océano Pacífico. Ni arena fina, ni praderas submarinas, ni
                  bosques pelágicos. Reconocí inme-diatamente la maravillosa región a que nos conducía
                  aquel día el capitán Nemo. Era el reino del coral.

                  Entre los zoófltos y en la clase de los alcionarios figura el orden de los gorgónidos, que
                  incluye a las gorgonias, las isis y los coralarios. Es a este último grupo al que pertenece el
                  coral, curiosa sustancia que fue alternativamente clasificada en los reinos mineral, vegetal y
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