Page 137 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Mañana  añadió el capitán Nemo, levantándose  a las dos horas y cuarenta minutos de
                  la tarde, el Nautilus estará a flote y abandonará, sin avería alguna, el estrecho de Torres.

                  El capitán Nemo se inclinó ligeramente, en señal de des-pedida. Salí y volví a mi camarote,
                  donde hallé a Conseil, que deseaba conocer el resultado de mi conversación con el capitán.

                   Cuando le dije que su Nautilus estaba amenazado por los naturales de la Papuasia, me
                  respondió muy irónica-mente. Así, pues, ten confianza en él y vete a dormir
                  tran-quilamente.

                   ¿El señor no necesita de mis servicios?

                   No. ¿Qué está haciendo Ned Land?

                   El señor me excusará, pero el amigo Ned está haciendo un paté de canguro que va a ser
                  una maravilla.

                  Me acosté y dormí bastante mal. Oía el ruido que hacían los salvajes al pisotear la
                  plataforma y sus gritos estridentes. Pasó así la noche sin que la tripulación cambiara en lo
                  más mínimo su comportamiento habitual. La presencia de los caníbales les inquietaba tanto
                  como a los soldados de un fuerte el paso de las hormigas por sus empalizadas. Me le-vanté
                  a las seis de la mañana. No se habían abierto las escoti-llas para renovar el aire, pero
                  hicieron funcionar los depósi-tos para suministrar algunos metros cúbicos de oxígeno a la
                  atmósfera enrarecida del Nautilus.

                  Estuve trabajando en mi camarote hasta mediodía, sin ver ni un solo instante al capitán
                  Nemo. No parecía efectuarse ninguna maniobra de partida a bordo. Esperé aún durante
                  algún tiempo y luego fui al salón. El reloj de pared indicaba las dos y media. Dentro de diez
                  minutos la marea debía al-canzar su máxima altura y, si el capitán Nemo no había he-cho
                  una promesa temeraria, el Nautilus quedaría liberado. Si así no ocurría, podrían pasar meses
                  antes de salir de su lecho de coral. Pero no tardé en sentir los estremecimientos pre-cursores
                  que agitaron el casco del buque. Luego se oyeron rechinar los flancos del mismo contra las
                  asperezas calcáreas del arrecife.

                  A las dos horas y treinta y cinco minutos, el capitán Nemo apareció en el salón.

                   Vamos a zarpar  dijo.

                   ¡Ah!  exclamé.

                   He dado orden de abrir las escotillas.

                   ¿Y los papúas?

                   ¿Los papúas?  dijo el capitán Nemo, alzándose de hom-bros.

                   ¿No teme que penetren en el Nautilus?
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