Page 133 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Durante dos horas pescamos activamente, pero sin coger ninguna pieza rara. La draga sé
                  llenaba de orejas marinas, de arpas, de melanias, y muy en particular de algunos de los más
                  bellos martillos que había visto yo hasta ese día. Cogi-mos también algunas holoturias,
                  ostras perlíferas y una do-cena de pequeñas tortugas que reservamos para la despensa de a
                  bordo.

                  Pero en el momento en que menos me lo esperaba, puse la mano sobre una maravilla o, por
                  mejor decir, sobre una de-formidad natural muy difícil de hallar. Acababa Conseil de dar un
                  golpe de draga y de elevar su aparato cargado de di-versas conchas bastante ordinarias,
                  cuando, de repente, me vio hundir el brazo en la red, retirar de ella una concha, y lanzar un
                  grito de conquiliólogo, es decir, el grito más estri-dente que pueda producir la garganta
                  humana.

                   ¿Qué le ocurre al señor?  preguntó Conseil, muy sor-prendido . ¿Le ha mordido algo?

                   No, muchacho, aunque sí hubiera dado con gusto un dedo por mi descubrimiento.

                   ¿Qué descubrimiento?

                   Esta concha  le dije mostrándole el objeto de mi entu-siasmo.

                   Pero ¡si no es más que una simple oliva porfiria! Género oliva, orden de los
                  pectinibranquios, clase de los gasterópo-dos, familia de los moluscos.

                   Sí, Conseil, pero en vez de estar enrollada de derecha a izquierda, lo está de izquierda a
                  derecha.

                  -¿Es posible?

                   Sí, muchacho, es una concha senestrógira.

                   ¡Una concha senestrógira!  repitió Conseil, palpitándo-le el corazón.

                   ¡Mira su espira!

                   ¡Ah! Puede creerme el señor si le digo que en toda mi vida he sentido una emoción
                  parecida  dijo Conseil, a la vez que tomaba la preciosa concha con una mano temblorosa.

                  Y era para estar emocionado. Sabido es, en efecto, y así lo han señalado los naturalistas,
                  que la tendencia diestra es una ley de la naturaleza. Los astros y sus satélites efectúan sus
                  movimientos de traslación y de rotación de derecha a iz-quierda. El hombre se sirve mucho
                  más a menudo de su mano derecha que de la izquierda, y, consecuentemente, sus
                  instrumentos y sus aparatos, escaleras, cerraduras, resortes de los relojes, etc., están
                  concebidos para el uso de la mano derecha. La naturaleza ha seguido generalmente esta ley
                  para el enrollamiento de sus conchas. Todas lo hacen a la de-recha, y cuando, por azar, sus
                  espiras lo hacen al contrario, los aficionados las pagan a precio de oro.
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